La virtud heroica se desliza por los ideales sublimes. El ser guerrero apunta a un quijotismo que domina el miedo, realza la fuerza interior. El músculo se orienta hacia el golpe, a derrumbar el contrincante. Desde adentro, en plegaria poderosa, se enciende el positivismo emancipador, se camina con paso firme hacia metas insospechables.

La vida es una lucha, una tarea diaria que requiere torear las circunstancias sin caer en la ilusión infantil. Desde la dureza de la existencia, el ser humano tiende a cobijarse en un ojalá que sea bálsamo y medicina. A nadie le gusta el obstáculo en el camino, o la situación difícil. Se prefiere soñar, edificar pequeños oasis para saciar la sed y seguir caminando.

El guerrero nato no necesita un arsenal, ni ejército a su mando. Su fuerza está en la convicción, en  una interioridad vibrante que apunta hacia metas altas, a dominar la tierra desde el horizonte de la verdad, la justicia, la misericordia. Las pequeñas causas que se alojan en el corazón caen por su propio peso, se aniquila en abrir y cerrar de ojos, pasan al anonimato.

Los ideales patrios y la defensa de la fe en Cristo, sobreviven por encima del martirio, la mofa, la coerción. La entereza de carácter y la convicción liberadora se ensamblan sobre el amor que no tranza, que se resiste a cada en encerrona delineada por las astucias planificadas.

Esta generación es fácil presa del materialismo que le pone de rodillas ante el confeti lanzado por expertos ilusionistas. Por eso decae el matrimonio, la familia, la verdadera amistad. Se piensa que al romper cadenas antecede a una vida de placer y felicidad. Se sabe de antemano que a la primera discusión, al encontrar defectos en el esposo o esposa, se toca el botón del pánico y el teléfono se convierte en altavoz para decir que se va por la ruta del divorcio.

Son tantos los expertos en la conducta humana que se tiende a proteger a las personas más que con darles antídotos contra los vaivenes de la inseguridad. Así los mal consejos y recetas adhoc aturden y la persona se desorienta hasta perderse en la espesura del monte.

Una educación liberadora ofrece oasis de fuerza interior, una columna de buenos principios, una solidaridad amplia. En esta Isla propensa a huracanes y terremotos, la actitud fundamental debe estar inspirada en propiciar una cultura de cercanía con la naturaleza y no convertirla en hostil o caprichosa. Hombre y naturaleza caminan juntos, bordean al misterio de la vida.

La educación familiar debe incluir una dosis de esfuerzos propios y una voluntad formada en el análisis real y verdadero. Se necesita un ejército de guerreros, no de militares. Poner bajo la mirilla real a un Puerto Rico en decadencia es tarea fundamental. Sobre los recovecos de una vida en pedazos, se impone el ciudadano cabal, siempre presto a ser persona, ciudadano, líder.

 

P. Efraín Zabala

Editor

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here