La fórmula para blanquear la ropa estaba codificada en piedra y en el martilleo de la paleta de madera que comprimía el sucio y lo ponía al descubierto. Era el tiempo de las mujeres lavanderas que orquestaban la dura lucha con la música del alma. Cada una de ellas tenía su lugar, su astucia, su fuerza para dar brillo a la poca ropa que se repartía entre hermanos y amigos, y que era preservada en el rio de toda mancha y suciedad.

La precariedad daba alas para hacer frente al ajetreo diario. Se sabía de antemano que tener pocas cosas y saber usarlas era una clave magna, que la poquedad se saldría con la suya. Así las camisas tenían su turno, hoy el hermano, mañana yo y en la tierra paz. Esa perseverancia en el somos arrancaba de raíz el qué dirán, fermento de críticas y conversaciones por lo bajo.

Había maña al tener que lidiar con la pobreza, lo poco, y se asumía el reto de una imaginación alerta y decidida. Ir al pozo a buscar agua era compromiso de todos y los vecinos relataban sus historias al borde del agua en un impacto periodístico para establecer la noticia o el comentario que corría por el barrio. Así se ilustraba la pobreza y el ardid con esfuerzo y dedicación dejaba los resultados esperados.

No hay compasión entre el ayer y el hoy, pero puede haber enseñanzas de aquellas situaciones de emergencia y que pueden adecuarse al hoy con la idea que reverdece. Tener como escudo el templo del consumismo y convertirlo en única solución raya en una limitación mental. El delirio consumista toma la delantera y la inventiva se torna débil, una especie de callejón sin salida.

Es dentro de esa convicción que los desperdicios sólidos se han convertido en pesadilla para el gobierno y las comunidades. Al echar a un lado todo lo duradero con sello de ayer, el basurero hogareño es mercancía para otros. Al lado del zafacón reposan los “matreses” o colchones, la televisión de antaño, los muebles con pocos defectos. No existe una separación oportuna, ni un deseo de incluir en lo nuevo lo que es herencia de aquel hogar soñado.

Es tanto el fervor por lo de fábrica que las antigüedades parecen un estorbo, un capricho para los mayores. Detrás de esa indiferencia fluye, además, el encono con las personas mayores que tienen su máxima expresión en tiempos de pandemia. En vez de ser condescendientes con el débil y achacoso, se prefiere echar en saco roto el respeto y la consideración y acelerar el proceso de eliminación que en algunos países se hace a través de la eutanasia.

Distinguir lo objetivamente útil para el País atado únicamente a los regalos económicos, es poner la mente a trabajar a sacar lo óptimo para que las cosas materiales no sean vistas como residuos indecorosos. Es preciso calmar la sed de tirarlo todo para ir de compras al primer indicio de unos chavitos que llegan. Gastar y tirar son caras de una misma moneda que rebota en apoderamiento de los sentidos.

P. Efraín Zabala

Editor

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