Contexto

Reanudamos el Tiempo durante el año el lunes pasado, pero debemos seguir viviendo y celebrando los frutos de la Pascua en nosotros. Precisamente uno de éstos ha sido ser sumergidos en el misterio y vida de la Santísima Trinidad.

 

Hoy celebramos esta fiesta que nos invita a reconocer y glorificar a Dios por ser quien es. Ya para el año 1030 encontramos una fiesta de la Trinidad el primer domingo después de Pentecostés, que no tardó en extenderse en le Iglesia hasta que el Papa Juan XXII en 1334 extendió su celebración a toda la Iglesia y se ha mantenido en el nuevo calendario litúrgico.

 

Las perícopas bíblicas manifiestan tanto la dimensión unitaria de la Dios (Deut 4,32-34.39-40) como su trinidad de Personas (Sal 32; Rm 8,14-17; Mt 28,16-20). Si hay un misterio para contemplar es éste, pues nuestra inteligencia no puede abarcarlo, aunque desde muy antiguo se han hecho intentos en la teología para tratar de explicarlo, hasta donde lo permite la capacidad humana.

 

En la liturgia “hacemos teología” pero no meramente académica, sino existencial al adentrarnos en la vida y misterio divinos, que se hacen presentes en ella. De hecho, la celebración litúrgica, antes de ser acción nuestra es de Dios y sin Él, no sería lo que es (cf. Catecismo de la Iglesia, Segunda parte. La celebración del misterio cristiano, Primera sección. Capítulo primero. Artículo 1: La liturgia, obra de la Santísima Trinidad). Teniendo eso en mente reflexionemos un poco.

 

Reflexionemos

Aunque tratamos de adentrarnos en el misterio íntimo de Dios, la realidad es que sólo podemos conocerlo a partir de su obrar hacia afuera de sí, que nos habla de quién es en sí. Moisés, dirigiéndose a Israel le presenta atributos de Dios a partir de la creación: Dios es único, creador, vivo, poderoso y omnipresente.

 

Para quienes creemos en la Trinidad, los atributos de los que nos habla el salmo son reflejo de este misterio.  Iluminados por el prólogo del evangelio de Juan y Col 1, leemos este salmo que nos dice: “La palabra del Señor es sincera… La palabra del Señor hizo el cielo”. También vemos el poder de su Espíritu en “el aliento de su boca”, como en la primera creación (cf. Gn 1,2) ahora en la redención obrada por la Palabra encarnada, que en la cruz entrega el Espíritu (cf. Jn 19,30) y resucitado lo exhala sobre sus Apóstoles (cf. Jn 21,22). Con esa fuerza desencadenada en Pentecostés, los Apóstoles y demás discípulos irán por el mundo predicando y bautizando en nombre de la Trinidad.

 

Por medio del bautismo que nos sumerge en la vida trinitaria Pablo puede decir que hemos recibido el Espíritu de hijos que nos hace clamar, como Jesús, “Abba” y ser herederos del Padre y coherederos con Cristo.

 

Sin duda todo esto que viene a la mente, es más para ser contemplado y vivido que pensado. Como lo es la vida misma. El misterio de la Trinidad, como enseña S. Agustín, se refleja en la vida humana: somos espíritu, alma y cuerpo, tenemos inteligencia, memoria y voluntad. Pero nosotros no andamos por ahí diseccionándonos, simplemente vivimos integrando todas esas dimensiones de nuestro ser, casi sin pensar que ellas, de alguna manera, reflejan el misterio del Dios uno y trino en nosotros. Pensemos que al ser bautizados se añaden otras tres dimensiones, fruto de la nueva vida que recibimos en el Bautismo: somos hijos del Padre, hermanos del Hijo y templos del Espíritu.

 

A modo de conclusión

Moisés ante las obras de Dios, que aún no eran la plenitud de la revelación, se admira y exclama: “¿se oyó cosa semejante?”

 

Nosotros ante la revelación de este gran misterio no podemos más que maravillarnos y suplicar con la oración colecta de hoy: Padre, que revelaste este misterio admirable, haz que podamos conocer la gloria de la Trinidad y adorar al único Dios.

 

Concédenos, Señor, asombrarnos ante este misterio y así vivir en adoración y contemplación del mismo, en la vida cotidiana, pues tu Trinidad se revela en nuestro ser y en toda la creación.

 

Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes

Para El Visitante

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