Jeremías sabe que su fidelidad a Dios le costará enemigos, pero en Dios se ampara.
La tesis central de la Carta de San Pablo a los Romanos es que coloquemos nuestra fe en Jesucristo que nos salva.
En el Evangelio de San Mateo, Jesucristo le indica a sus discípulos que, cuando vayan a predicar, que se abandonen a la amorosa providencia de Dios.
Desde que el Espíritu Santo se derramó sobre los Apóstoles en Pentecostés, la Iglesia ha centrado su predicación en la Cruz Salvadora de Jesucristo. Este es uno de los temas fundamentales de la Carta de San Pablo a los Romanos. Tenemos que recordar que, tras que el pueblo romano era un pueblo politeísta, y que creía en un paquetón de dioses como Júpiter, Venus, Hércules, Marte, etc., Roma, por ser la capital del Imperio, era un hervidero de gentes que llegaban de todas las partes del Imperio con sus respectivos dioses. Así que Roma era un supermercado de dioses paganos. En ese ambiente, San Pablo deja ver claro que solamente hay un Dios, y que su Hijo, Jesucristo, es quien ha sido el que ha salvado a la humanidad completa con su Muerte y Resurrección. Este mensaje no fue bien recibido por todos los romanos al punto que el emperador Nerón los culpa por el incendio de Roma y ahí comienza la persecución a los cristianos.
He aquí que comienza uno de los grandes debates de la predicación del Evangelio a través de la historia: ser fiel a la Buena Nueva de Jesucristo, o predicar lo que a la gente le gusta escuchar. Tanto Jeremías como Jesucristo están bien conscientes que predicar la verdad trae como consecuencias el rechazo, la persecución y hasta la muerte. Como bien sabemos, Jeremías le predicó a Jerusalén que tenía que entregarse a una Babilonia que la asediaba en castigo por sus infidelidades a Yahveh. Jeremías, consciente de que su predicación le acarrearía problemas, se encomienda a Dios, confía que Dios lo va a cuidar del ataque del enemigo. Por otro lado, Jesucristo le advierte a los discípulos que la predicación de la Buena Nueva les acarrearía toda clase de persecuciones, incluso muerte, pero un cristiano tiene que serle fie a la Buena Nueva y saber dos cosas. Dios va a cuidar de ti y te protegerá o permitirá que sufras, pero la gloria y la eternidad serán tu premio. ¿Por qué admiramos tanto a San Juan Bautista que celebramos ayer, Mons. Romero, a Juana de Arco, a Maximiliano Kolbe, a Carlos Lwanga y a tantos que murieron de manera brutal? Porque murieron siendo fieles a la verdad y sabemos que por eso sus nombres están inscritos en el cielo.
El predicar lo que la gente quiere escuchar es una tentación constante para los que predican el Evangelio. En nuestro interior queremos que nos admiren, que nos quieran, nos aprueben y acepten. Queremos ver iglesias llenas. Por otro lado, tanto político que se canta cristiano y está a favor del aborto, de ideologías ajenas a la Revelación de Dios, etc. Tantos políticos católicos que dicen que en lo personal están en contra del aborto pero que no quieren imponer su fe, etc. En el fondo, son gente no han entendido el Evangelio y no han puesto su confianza en Dios.
Padre Rafael “Felo” Méndez Hernández
Para El Visitante