El Beato Carlos Manuel Cecilio Rodríguez Santiago fue Beatificado el 29 de abril 2001 en la Plaza San Pedro de Ciudad Vaticano por San Juan Pablo II. Así se convertía en el primer Beato puertorriqueño hasta el día de hoy.
Para comprender el acontecimiento hay que recordar las palabras del Papa Francisco, que expresó durante el Ángelus del 30 de julio de 2017: “Jesús es el tesoro escondido, la perla de gran valor”. Continuó el Sumo Pontífice: “Cuando el tesoro y la perla son descubiertos, es decir cuando hemos encontrado al Señor, es necesario no dejar estéril este descubrimiento sino sacrificar por él cualquier otra cosa. No se trata de despreciar el resto sino de subordinarlo a Jesús poniéndolo a Él en primer lugar. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de quienes se encuentran con Jesús”.
Para Carlos Manuel, Cristo era punto de partida y término de la existencia. El amor a Cristo orientó toda su vida y siempre encontraba tiempo para estar con Cristo sin prisas en su corazón. Le gustaba citar la famosa frase de San Agustín: “Nos has creado, Señor, para ti. Y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”.
Nuestro Beato gastó toda su vida como un cirio que se consume en llama ardiente hasta el último suministro de cera, día a día, segundo a segundo, sólo para conocer a Cristo y darlo a conocer, para amar a Cristo y hacerlo amar.
No vivió su fe desde el “banco” de su Parroquia (hoy Catedral) Dulce Nombre de Jesús en Caguas. Como Jesús, salió a la calle, salió a las periferias como nos invita continuamente el Obispo de Roma, Papa Francisco. Caminaba para hablar de Cristo con cualquier persona, desde el más inculto hasta el más letrado, cuantas veces quisieran y todo el tiempo que quisieran. La palabra “Cristo” sonaba dulce en su boca. En sus conversaciones siempre tenía la Palabra de Dios a flor de labios.
Su hermano José Modesto, Pepe, en el Proceso Diocesano Para La Canonización, lo expresó así: “Su amor por Cristo era como un fuego que lo devoraba por dentro, y que no podía contener. Tenía que comunicarlo a los demás”. “Esa fue su vida – una lámpara encendida que alumbraba y calentaba a todo el que se le acercaba y que poco a poco se iba consumiendo hasta apagarse para sólo arder con mayor brillantez en su Pascua”.
Pablo E. Negroni, Diócesis de Arecibo
Para El Visitante