Culmina la Semana Santa y el evangelio nos presenta un sepulcro vacío repleto de esperanzas renovadas. La Iglesia universal hará fiesta y cientos de personas compartirán por las redes sociales diferentes mensajes de Pascua. Sin embargo, cuando se apeguen las pantallas de los teléfonos y los medios de comunicación hagan silencio aún todos permaneceremos en nuestros hogares. Entonces, muchos hermanos mirarán a su alrededor y se preguntarán si Cristo realmente habrá resucitado.

La reflexión es valida cuando el sufrimiento y el temor se expresan como vivencia compartida en el distanciamiento. No obstante, en estas circunstancias tan particulares es donde Dios se glorifica. Según presenta el evangelio de san Juan (20, 19 – 20), los apóstoles se encontraban encerrados –por miedo a ser asesinados como a su maestro– cuando Jesús llegó a su encuentro y les ofreció la paz que tanto necesitaban. ¿Acaso nuestra realidad no es reflejo vivo de este texto bíblico?

Cristo utiliza el contexto del dolor y la incertidumbre para renovar nuestras esperanzas. ¡Jesús se introduce en nuestro hogar para infundirnos su paz y recordarnos que está vivo! Su mensaje a través de esta Pascua es establecer que la alegría del evangelio no debe estar condicionada a si las puertas de nuestras casas se encuentran abiertas o cerradas. Dios –en su infinita misericordia– infunde un amor que va más allá de nuestras circunstancias.

La pandemia continuará afuera, pero nuestra actitud orante no podrá ser quebrantada. El compromiso como cristianos a permanecer firmes en la fe debe ser nuestro testimonio de vida en esta cuarentena. Así, cuando sea momento de salir a la calle, nuestras fuerzas serán renovadas para trabajar por la dignidad y la justicia social tan necesitadas en nuestra isla. Tendremos la misión restablecida de ser manos del Espíritu Santo y rostro de Aquel que hoy ha resucitado.

Brian Miranda
Para El Visitante

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