Cuba, España, Italia, Alemania y Puerto Rico, son los países que marcan la travesía de 68 años de profesión de Sor María Teresa Prado García, como parte de su vocación religiosa con las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.

Aunque en silla de ruedas y a un mes para cumplir 90 años (13 de noviembre), Sor María Teresa, aún conserva su espíritu de entrega a Dios y el servicio a los ancianos, al igual que sus memorias.

Todo comenzó en Cuba. Allí esta hija de españoles, oriundos de Asturias, nació y se crió junto con sus 10 hermanos, siendo ella la sexta. Al estar lejos de sus abuelos, sus papás decían que tenían que conocer a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados para que pasaran un rato con ellas y los ancianos. Lo que nunca imaginó fue que allí experimentaría el llamado del Señor.

“Nos llevaban allí (al Asilo de Santo venia en La Habana) pero íbamos a jugar, no íbamos a atender viejitos. Ellos siempre habían dicho que monja no. Hasta un día que el Señor dijo: ‘Sí’, cuando me impactó el ejemplo de una de las Hermanas. El asilo de La Habana tenía una carretera larga, había unos faroles y ellas venían rezando el rosario, aquello fue un choque que me dio. Tenía 18 años”, contó.

Si bien siempre iba al asilo, desde que se sintió inclinada hacia la vida religiosa, sus padres se percataron de que ya no andaba como antes. Cuando les notificó su interés en ingresar a la congregación, aunque les costó, le dieron el permiso con la condición de que se formara en España.

“Fue dura esa separación, pero en 1948 embarqué para España junto con otras seis hermanas”, comentó.

En la Casa Madre en Valencia, hizo el noviciado, en 1949 tomó el hábito y en 1951 profesó sus votos perpetuos. Allí permaneció hasta 1954, cuando la enviaron para la casa de Roma. En Italia, aprendió italiano y sirvió 13 años. Más adelante pasó a Frankfurt, Alemania donde permaneció 7 años, aprendió alemán y obtuvo el título en enfermería. Luego, la enviaron a Puerto Rico donde estuvo 5 años en el Bo.Cupey (San Juan), 2 años en Ponce, 5 años en Hormigueros, y nuevamente en Cupey, donde reside.

Aseguró que la distancia no fue impedimento para la comunicación familiar. “Me adapto en seguida. Es lo más importante que hay, no es estar añorando lo que dejaste. En 2001 celebré mis Bodas de Oro y vinieron mis 10 hermanos”, compartió.

Asimismo, expresó que: “Para mí cada día es una experiencia nueva. Soy una persona muy positiva y no me gusta estancarme”. Por eso, lo más que le gusta hacer en el hogar es dialogar con los ancianos que cuidan. “Con mi silla, me movilizo y hablo con unos y otros.

Cuando veo que tienen un problemita me gusta tratar de tranquilizarlos”, dijo.

De las experiencias que más le han impactado y a su vez afirmado su vocación, recordó una ocasión en Alemania. “Había una viejita que era buenísima. Había sido profesora y enfermera, pero no iba a la iglesia. Tenía una amiga, y me dice que ella decía que no tenía religión (sin motivo alguno), y la amiga sufría. A mí me chocó porque era una persona tan súper buena. Entonces, me valía de ella para hablar con la excusa de que iba a practicar el alemán, además era enfermera y me ayudaba con los libros. Hasta que un día, me dice la amiga: ‘Mira, está yendo a la iglesia y está llorando’. Al final se retractó”, recordó.

Sin titubeos subrayó que, si volviera a nacer, volvería a optar por esta vida, “nunca me ha pesado ser Hermanita. Me siento bien, porque he seguido la llamada del Señor por donde quiera que me ha llamado”.

Sobre la vocación y los jóvenes dijo que “hay que orientarlos porque muchas veces están en la duda.

A lo mejor la vocación está dentro y no lo saben. Porque hay mucha juventud buena, pero son medios modernos y lo tienen todo revuelto. Les animo a los jóvenes a que sean valientes, que se paren a pensarlo y se decidan, que vale la pena”. ■

Nilmarie Goyco Suárez
Twitter: @NilmarieGoycoEV
n.goyco@elvisitantepr.com

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here