En un principio Dios no solamente creó al hombre y la mujer conforme a su imagen y semejanza sino que al igual que con su Hijo primogenito, ha querido que cada uno nazca en el seno de una familia. El hoy Beato Carlos Manuel Cecilio Rodríguez Santiago nacido en Caguas, Puerto Rico, el 22 de noviembre de 1918, fue hijo de Manuel Baudilio Rodríguez y Herminia Santiago, ambos de familias numerosas, sencillas y de gran arraigo cristiano.
Su abuela maternal, Alejandrina Esterás, era mujer de oración prolongada y profunda, dedicaba varias veces al día estar frente al crucifijo del altar que mantenía en su habitación. Su madre, Herminia, de misa diaria, era vista por sus hijos como la mujer fuerte y muy conciente de la Escritura: trabajadora, responsable, reservada en sus sufrimientos, de un aguante extraordinario, alegre y de una fe profunda y contagiosa. Enseñó, con su ejemplo de vida, lo que es la vida de un cristiano genuino y responsable. Estas dos mujeres, al igual que María en el hogar de Jesús (Lc 2, 52), desarrollaron el conocimiento del joven Carlos Manuel sobre Dios, la Iglesia, y el amparo de nuestra Madre Celestial, por la cual sentía y manifestaba una especial devoción.
Podemos apreciar que al igual que la Santísima Virgen, Carlos Manuel recibe y experimenta las primeras lecciones y vivencias de la fe católica en el seno de su propia familia. Nuestro terruño necesita de numerosas Familias como la de Joaquín y Ana, María y José y la que formó a Carlos Manuel y sus hermanos, semilleros de vocaciones, cuna de valores y moral y vida cristocéntrica como vivió nuestro Beato Carlos Manuel.
María, la llamada “plena de gracia” por el Ángel Gabriel, es invocada con los nombres de los misterios de su vida: Inmaculada Concepción, Presentación, Anunciación, Encarnación, Soledad, Dolores, Asunción y en Puerto Rico, gracias al Cardenal Luis Aponte Martínez de feliz memoria, Virgen Madre de la Providencia.
Al igual que en la Iglesia naciente, para Carlos Manuel, María es la Theótokos que significa la Madre de Dios. Es todo un título de honor y veneración, y lo seguirá siendo siempre en la vida y en la fe de la Iglesia. De modo particular, con este título afirmamos que nadie puede referirse al origen de Jesús, sin reconocer el papel de la mujer que lo engendró en el Espíritu según la naturaleza humana. Su función materna afecta también al nacimiento y al desarrollo de la Iglesia.
El concilio de Efeso, en el año 431, define el dogma de la maternidad divina, atribuyendo oficialmente a María el título de Theotókos, con referencia a la única persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Posteriormente, en 1962, en la fiesta de la Purificación de María, San Juan XXIII fijaba la apertura del Concilio Vaticano II para el 11 de octubre, explicando que había escogido esa fecha en recuerdo del gran Concilio de Éfeso, que precisamente en esa fecha había proclamado a María Theotókos. San Juan XXII en el discurso de apertura encomendaba el Concilio mismo, implorando su asistencia maternal para la feliz realización de los trabajos conciliares.
En pleno Concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964, el Siervo de Dios Papa Pablo VI atribuyó solemnemente a María el título de “Madre de la Iglesia”. Por lo tanto, Madre de cada uno de los miembros del cuerpo místico de Cristo.
El Beato, desde pequeño en el ambiente familiar y luego en su itinerario de santidad fue cultivando y desarrollando un enorme amor por la Santísima Virgen. Carlos Manuel, irradiando en todo momento su inmenso amor y devoción a la Madre de Dios, Madre de la Iglesia nos dejó un ejemplo a seguir.
María En El Corazón Del Beato
Aquí testimonios de la vida y virtudes del Beato presentados por testigos en el proceso de la causa de Beatificación, en particular, la Mariología de Carlos Manuel:
La Madre Rosa María Estremera, Superiora de las Carmelitas de clausura de San José, quien a veces se hospedaba en su casa y compartía mucho con Carlos Manuel. Señala: “Todo el que se acercaba a él, se encontraba con Dios, era una vivencia contagiosa de su fe. Su aprecio por la vida sacramental era único; de ahí su especial devoción por la Eucaristía, la Pasión del Señor, el Misterio Pascual que se actualizaba en cada misa y, por supuesto, su devoción grande a Nuestra Santísima Madre.
Pero no hay duda, nos relata el Abad José, su hermano: “Entre los Santos siempre ocupó un lugar único y previlegiado en su corazón María, la Madre de Dios. En el altar que tenía en su cuarto María ocupaba un lugar prominente. Recordaba y nos hacía recorder todas las fiestas marianas durante el año, en particular la Inmaculada Concepción y la Asunción”.
Indica el Dr. Francisco Aguiló, Paquito: “Meditación, el culto al Santísimo, la piedad Mariana todo, hallaba en él un eco diáfano de comprensión y de apostolado. En un tiempo en que quizas se exageraba y hasta se sacaba de contexto un culto mariano demasiado latinoamericano y doliente, él nos mostraba las razones lícitas de la grandeza de María, Madre de Dios y de la Iglesia”.
La Sra. Cármen Deli Santana, favorecida por la intercession de Carlos Manuel, abunda: “Sentía un gran amor por la Virgen María y hacíamos actividades para celebrar sus fiestas, con especial énfasis en la Inmaculada Concepción”.
Sor Magdalena Alicea, Carmelita de clausura que fue catequizada por Carlos Manuel y quien visitaba su casa con frecuencia compartió cómo Testigo número 13 lo siguiente: El tenía un gran amor a la Virgen. En su habitación él tenía una imagen de la Virgen (que heredó de su abuela).En las celebraciones de la Virgen, recuerdo que ellos celebraban los Triduos. El le tenía un amor grande a la Inmaculada, y yo le buscaba flores y él siempre tenía un velón encendido. Se acababa uno y el ponía otro”.
Sr. Manuel Domenech: “Yo sé que él rezaba el Rosario diariamente, meditando los misterios. Varias veces lo sorprendí en el Santísimo con los dedos gruesos que tenía pasando las cuentas del Rosario”. Y en su testimonio escrito señala: “Conocí por él a la Virgen de las Escrituras, la María de Nazaret, la del Magnificat”.
O sea, que a Carlos Manuel lo podemos ver como un adelantado de la renovación del culto mariano, ya que tenía un gran amor por la Madre de Dios arraigado en la más depurada tradición, cultivado en la más noble y sólida piedad, así como renovado en las Sagradas Escrituras.
Motivados por el profundo conocimiento bíblico que Carlos Manuel adquirió meditando y leyendo las Sagradas Escrituras, y que compartió con sus “discípulos”, citamos el Cantar de los Cantares: “Eres totalmente hermosa y en ti no hay mancha alguna ni defecto” (Cant. 4, 7). Por eso el Ángel le dijo al saludarla “Salve, llena de gracia”.
Carlos Manuel, centrado en Jesús y de firme devoción mariana, supo encontrar a la Madre para hacer lo que Él dijera. Así nace el discipulado de Carlos Manuel, de la aceptación plena de Jesús y de lo que Él significa. Enseña con todo su ser. Su presencia y su mensaje se hacen uno, es integral. Realizando la misión de predicar el Evangelio tal como decía San Pablo – “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Corintio 9, 16).
Para el Abad Pepe, hermano de Carlos Manuel, al igual que para muchos que lo conocieron, la mision del Beato fue conocer y dar a conocer, amar y enseñar a todos como amar a Cristo, en todo tiempo y todo lugar. Todo esto cómo espejo de la Santísima Virgen – en la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae (núm. 15), el Beato Papa Juan Pablo II nos señala que María no vive más que en Cristo y en función de Cristo.
¿Y quién mejor que María para enseñarnos a evangelizar? Ella, que es Evangelio vivido, pues ese Evangelio se hizo carne en su seno. Jesús, el primer evangelizador. Él es la buena y gran noticia, el Salvador. María es “Estrella de la Evangelización” como la proclamara el Siervo de Dios Papa Pablo VI.
Muchos testimonian que su desarrollo en la vida de la fe es producto de la formación que les impartió Carlos Manuel unido a su modelo de entrega y servicio. Varios otros agradecen a su ardiente celo por Cristo el haber despertado en ellos su vocación religiosa. Quienes lo buscaban para aclarar dudas o conseguir el fortalecimiento de su fe, no quedaban defraudados. Acercarse a Carlos Manuel era como allegarse a una luz que va iluminando cada vez más la perspectiva y el sentido de la vida. La alegría cierta de la Pascua traslucía siempre en su mirada y en su sonrisa y una notable fortaleza espiritual trascendía su frágil figura. La firme convicción de su fe vencía su natural timidez y hablaba con la seguridad de Pedro en Pentecostés.
En su amor excepcional a Cristo, encontraban su origen todas las virtudes de Carlos Manuel: fe, esperanza, caridad, pobreza, humildad, castidad, obediencia, justicia, fortaleza, templanza.
Fe: Carlos Manuel manifestó una fe ejemplar. Tan intensa fue su vivencia de la fe que los testigos, los que le trataron por mucho o por poco tiempo, percibieron con asombro su gran fe. Su hermana, Sor Haydee, ratificó que Carlos Manuel vivió su fe con una naturalidad muy grande. “Hablaba con la profunda convicción del que vive lo que predica. Por eso hablaba como el que tiene autoridad. Vivió, creció y murió con una fe profunda que alimentó con las celebraciones litúrgicas, centro de su vida, con la oración, la meditación de la Palabra y la Eucaristía y todo lo que le iluminara su vida”.
Esperanza: El Beato vivió toda su vida con una esperanza inquebrantable. Su Hermana afirma, “Carlos Manuel ciertamente tuvo la virtud de la esperanza en grado heroico durante toda su vida. Vivió con la esperanza firme puesta en la Resurrección y mantuvo viva su energía y su alegría en medio de las grandes amarguras de su enfermedad crónica. Disfrutaba de este maravilloso mundo de colores que vivimos con su mirada puesta en un mundo infinitamente más maravilloso aún que le aguardaba después de la muerte, no por méritos propios, sino por la infinita misericordia de Dios manifiestado en Cristo Jesús”.
Prudencia: Sus tres hermanas concuerdan que Carlos Manuel era delicado al exponer sus ideas. Era prudente al saber callar y saber hablar.
Fortaleza: Su hermano, el Abad José relata, “Durante su larga enfermedad sorprendía cómo podia soportar tantos contratiempos y tantos dolires sin quejarse y sin dudar de la misericordia de Dios. Su vida, desde los trece o catorce años, fue extremadamente dura. Yo diría, insorpotable en lo humano. Sin embargo siempre conservó su alegría y su buen humor y su sentido de responsabilidad para con Dios y los demás”.
Fortaleza: El Reverendo Padre Álvaro, quien lo trató mucho sintetizó: “Nadie ha oido que se quejara, y no por arte o por sacrificio, él era así. Nunca se quejaba, siempre con una sonrisa. Su fortaleza era algo especial. . .su paz su serenidad”.
La catedrática y amiga de Carlos Manuel, Cármen Judith Nine relató: “Yo conocí a Chali enfermo ya del estómago y de su sistema digestivo. Jamás se quejó de sus Dolores y dolamas y éstas nunca fueron excusa para no seguir con su mission de divulgador de la gran liturgia católica”.
Pablo E. Negroni, de la Diócesis de Arecibo y del Círculo Carlos M. Rodríguez
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