¿Qué significa? ¿Cómo entenderla?
En esta fiesta de la Transfiguración del Señor les invito a profundizar a fondo en este importante acontecimiento evangélico desde sus diferentes partes. Sin más, comencemos:
Jesús toma la decisión de transfigurarse después de escuchar de labios de Pedro su respuesta a la pregunta: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? –Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo (Mt 16, 16). Ante tan bella respuesta, emocionado, le hace saber a Pedro que fue el Padre quien inspiró la misma. Jesús se siente animado a anunciar por primera vez su pasión y muerte, pero es el mismo Pedro quien recibe la reprimenda de Jesús por no aceptar este anuncio: apártate de mi vista, Satanás… piensas como los hombres y no como Dios (Mt 16, 23).
Para complementar el anuncio rechazado por los apóstoles, Jesús decide revelarse de una manera sobrenatural no a los Doce, sino a sólo tres de ellos: Pedro, Santiago y su hermano Juan. Jesús subió con ellos a una “montaña alta” (Mc 9, 2) para orar (Lc 9, 28). Así como Moisés subió al Sinaí para encontrarse con Dios (Ex 19, 16ss), Jesús y sus tres íntimos suben la montaña alta para tener un encuentro con el Padre. Muy oportuno es el introito para la fiesta de la Transfiguración Tibi dixit: Oigo en mi corazón: “busquen mi rostro”. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro (Sal 26, 8-9). Para eso Jesús subió con los suyos a la montaña: para encontrarse con el rostro del Padre.
Según nos narran los evangelios, una vez en la montaña, el rostro del Señor se volvió brillante como el sol y sus vestidos brillaron con una blancura luminosa, más allá de este mundo (Mt 17, 2; Mc 9, 3; Lc 9, 29). La versión de Lucas destaca que la transfiguración se dio mientras Jesús oraba (Lc 9, 29). La bella antífona Christus Iesus presenta a Jesús mismo como el “resplandor del Padre” (Hb 1, 3). Ante el encuentro del Hijo con su Padre, el rostro del primero resplandece de manera mística, más aún que el rostro de Moisés cuando éste bajó del Sinaí (Ex 34, 29ss). Este acontecimiento es anticipo de la resurrección del Señor: La pasión anunciada por Jesús no se quedaría en sí misma, sino que trascendería a la Pascua. Muy bien nos lo explica el prefacio de la Misa del Segundo Domingo de Cuaresma: Él mismo, después de anunciar su Muerte a los discípulos, les reveló el esplendor de su gloria en la montaña santa, para mostrar, con el testimonio de la Ley y los Profetas, que, por la pasión, debía llegar a la gloria de la resurrección.
Junto a Jesús aparecieron Moisés y Elías conversando con Él (Mt 17, 3), llenos de resplandor (Lc 9, 31), como destaca la antífona para los Laudes de la Transfiguración Lex per Móysen al decir que ambos se han aparecido circundados de gloria con el Señor resplandeciente. Lucas nos dice que ambos personajes veterotestamentarios conversan con Jesús sobre su Pasión en Jerusalén (9, 31). Los representantes de la Ley y los Profetas conversan con el que dio el cumplimiento y el sentido definitivo a ambos, lo que podríamos llamar el “vértice figurativo” de la Revelación.
Los evangelios destacan la impresión que tuvo Pedro ante esta visión transfigurante: Qué bien se está aquí: hagamos tres tiendas. Pedro y sus compañeros estaban viviendo el momento más sublime de sus vidas, y Pedro quiso perpetuarlo. Un momento de consuelo, de asombro, de gozo sobrenatural… un anticipo del Cielo. Jesús quiso que aquellos apóstoles viviesen un aperitivo de la Gloria para fortalecer su fe antes de la prueba: la inminente pasión y muerte de Jesús, asociada íntimamente a su consecuente resurrección.
Mientras Pedro hablaba (Mt 17, 5), una nube luminosa les hace sombra y se posa sobre ellos, y desde la nube se escucha una voz: Este es mi Hijo amado, mi predilecto, mi elegido: escúchenle (Mt 17, 5; Mc 9, 7; Lc 9, 35). Los apóstoles se asustan ante esta visión (Lc 9, 34). Es una escena trinitaria, la cumbre de este relato: el Padre manifiesta al Hijo envuelto en la nube luminosa, que es el Espíritu Santo (Lc 1, 35).
Mateo es el único evangelista que destaca que los apóstoles cayeron “boca abajo” ante esta visión, sintiendo miedo. Jesús se les acercó diciéndoles: no tengan miedo (Mt 17, 6-7). Ya se habían escandalizado ante el anuncio de la pasión; por un lado, quieren perpetuar el momento con tres tiendas, pero por otro experimentan el miedo ante una escena que los trasciende. Es el temor ante lo desconocido, aunque sea glorioso. El mismo Jesús es el que les dice que no teman, llenándoles de esperanza.
Al levantar la vista, la visión había cesado (Mt 17, 8; Mc 9, 8), y comenzaron la bajada, donde Jesús les exhorta a no contar nada a nadie hasta su resurrección (Mt 17, 9; Mc 9, 9). Con lo acaecido en la montaña alta, Pedro y los suyos se convirtieron en testigos de primera mano y por anticipado de la Pascua salvífica de Cristo, reconociendo que la transfiguración fue una confirmación de las profecías (2Pe 1, 17-19). Aún no entendían del todo, pero sin duda bajaron el monte confiando más en Jesús, quien les dijo: No tengan miedo. Busquemos el rostro del Padre, donde su Hijo nos espera para ser transfigurados con Él.
P. Miguel A. Trinidad, MCM
Para El Visitante