El libro del Eclesiástico es una exhortación a los creyentes para que seamos humildes, y reconozcamos que nuestra grandeza no viene de nosotros sino de Dios.

El Autor de la Carta a los Hebreos nos indica que nuestra búsqueda de Dios no debe ser de manera espectacular, sino de la manera más humilde, sencilla. Es simplemente encontrarnos con Jesucristo.

En su parábola, Jesucristo nos exhorta que no debemos de lucir frente a los demás, riesgo de quedar en ridículo, sino de servir a los humildes.

¡Qué muchas páginas se han escrito sobre la humildad y, sin embargo, qué poco la entendemos! Humildad es, simplemente, reconocer lo que somos y que nuestra verdadera grandeza no depende de nosotros sino de Dios.  El verdadero humilde se pone a la total disposición de Dios y deja que sea Dios quien dirija su vida. Esto hace que no busque ninguna ostentación porque sabe que será Dios quien lo hará refulgir, brillar, resplandecer. Decía Santa Teresa de Jesús que humildad es verdad y, dado que verdad es uno de los nombres de Jesús, humildad es Jesús. Cuando dirigimos nuestra mirada a Jesús, a veces sí hacía espectáculos, pero los mismos eran por una razón. Por ejemplo, su entrada triunfal en Jerusalén se debió a que tenía que cumplir con lo que dice la Escritura, y era una forma de avisarle a sus enemigos de que ya estaba en Jerusalén, a manera de una provocación que terminaría con su prendimiento y crucifixión. Pero, en la mayoría de los casos, Jesucristo hacía las cosas de manera sencilla y humilde. Una de esas formas fue su arribo al Jordán para ser bautizado por Juan: Jesús llegó como un pecador más sin serlo.

Ya en la literatura del Antiguo Testamento se nos habla de la importancia de ser humildes. El humilde, al reconocer que su grandeza viene de Dios, deja que sea Dios quien obre en su vida; reconoce que sus dones vienen de Dios y, por tanto, es agradecido con Él. Así lo vemos en el Magníficat: María reconoce que toda su grandeza proviene de Dios y por eso lo alaba y lo bendice. Pero, volviendo al tema de que es Dios quien eleva al humilde, al llegar Jesucristo de manera humilde a ser bautizado por Juan, fueron las otras Dos Personas de la Trinidad quienes quisieron resaltar la persona de Jesús: el Espíritu Santo que se posa sobre Jesús en forma de paloma, y el Padre que, desde el cielo, hizo tronar su voz y que todo el mundo pusiera su mirada en su Hijo Jesucristo.

La humildad hace que no busquemos a Dios en situaciones espectaculares, sino en el silencio de nuestro corazón. Eso es lo que nos indica el autor de la Carta a los Hebreos. Queremos estar “sintiendo a Cristo”, a tener experiencias de oración y de unción de manera “poderosa” todo el tiempo. Es por eso que estamos a la caza de cuanto retiro y cuanto encuentro se nos presenta. Si no “sentimos” a Jesús, no estamos bien. Sin embargo, el lugar privilegiado del encuentro con Jesús es en el silencio de la oración, en la recóndito de nuestro corazón, en el cual se ha alojado como un humilde visitante.

Padre Rafael “Felo” Méndez Hernández, Ph.D.

Para El Visitante

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