El amor cristiano tiene una connotación muy diferente al amor que se define en la sociedad moderna. Al hablar de amor se suele hacer referencia a un sentimiento que nos mueve al encuentro con otra persona, pero los sentimientos van y vienen, y el verdadero amor abarca mucho más que sentimientos. En su primera encíclica, Deus Caritas Est, dedicada al amor, el Papa Benedicto XVI aclara cómo el verdadero amor pasa por un proceso de maduración, mediante el cual el sentimiento  abarca otras manifestaciones de la persona: voluntad y entendimiento.   Ese amor íntegro y radical es el corazón de la fe cristiana. El cristiano vive para el amor, esa es su misión y su sello de identidad.

El amor es un proceso que siempre está en camino: nunca se da por completado; se transforma en el curso de la vida, madura y permanece fiel a sí mismo. La maduración del amor se convierte en una comunión de voluntades, que crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento. La fuente del amor es Dios, que nos une y nos transforma en un Nosotros y supera nuestras divisiones. La madurez del amor nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea «todo para todos». (Deus Caritas Est, 18).

El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. La Doctrina Social de la Iglesia es una expresión del amor de Dios por el mundo y se orienta a instaurar la ley nueva del amor hasta los confines de la Tierra (Compendio Doctrina Social, 3). Fundamentada en la fe, la Doctrina Social establece las guías y principios que pueden hacer realidad el mandamiento del amor en el mundo social y económico. La justicia es la manifestación concreta del amor en la sociedad. La tarea de alcanzar la justicia social le corresponde a la política, por eso para los fieles laicos, como ciudadanos del Estado, es un deber participar en la vida política.

Nos dice Benedicto XVI: “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar” (Deus Caritas Est, 28). La Doctrina Social de la Iglesia provee los argumentos que forman la conciencia y contribuyen a reconocer lo que es justo aquí y ahora.

La Iglesia tiene también el deber de promover la caridad cristiana. Al  ejercer esa función reconoce que el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor. La Iglesia exhorta a los fieles a la solidaridad con todo aquel que necesite abrir su espíritu al otro, de modo que el amor al prójimo ya no sea un mandamiento impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad.

La fe cristiana nos ha de llevar al amor que se compromete, que lucha por la justicia y que se entrega a los demás. “La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz -en el fondo la única- que ilumina constantemente un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y así, llevar la luz de Dios al mundo…” (Deus Caritas Est, 39). A vivir este amor es que somos llamados.

Nélida Hernández

(Puede enviar sus cometarios a nuestro correo electrónico: casa.doctrinasocial@gmail.com).

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