Como yo los he amado (Domingo VI de Pascua, Ciclo B)

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La petición de la oración colecta: “concédenos continuar celebrando con intenso fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado” entiendo que enmarca todo este domingo. Esas palabras lo dejan claramente circunscrito a la triunfante pascua del Señor. Pasadas ya varias semanas de la hermosa Vigilia, la misma liturgia se encarga de recordarnos que todavía es Pascua y que desde ella hemos de entender todo.

La primera lectura (Hch. 10, 25-26. 34-36. 44-48) nos lleva a mirar el fruto de la pascua de Cristo: su Espíritu. Y el mismo, regalado a quienes escuchan la Palabra y se hacen bautizar. Su fuerza sobrepasa razas y límites territoriales; solamente se deja interpelar por la justicia, como ha sucedido en el caso del referido centurión romano llamado Cornelio. Hombre descrito en versos anteriores como temeroso de Dios y como practicante de la caridad por medio de limosnas.  Cuando el salmista (Sal 97) canta gozosamente que los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios presenta una clara visión universal de la victoria de Cristo; quien es la revelación plena del amor que tiene el Señor por su pueblo. Esa victoria ha traído vida, como refiere San Juan en la segunda lectura (1 Jn 4, 7-10), quien también expresa que la revelación del amor de Dios se llama Cristo.

Los versos evangélicos (Jn 15, 9-17) pertenecen al bloque llamado el Discurso de despedida del evangelio de Juan. Contienen uno de los temas claves de todo el bloque; el mandamiento de Cristo: Ámense, como yo les he amado. Exhortación del momento presente en que se halla. Cristo en sus palabras revela la forma en que ama: lo hace como lo ha hecho el Padre con Él; abarcando una experiencia ya acontecida. Así también Cristo revela su objetivo: para que den fruto y sea duradero; suponiendo una dimensión prospectiva que solo la fuerza del mismo amor podrá abarcar.

Si miramos el mandamiento del amor con la misma categoría temporal podríamos asombrarnos de lo que nos manifiesta. Y es que descubro un “como yo les he amado” en la madre del hijo minusválido que dejó de vivir para ella y vive para él. Porque no hay amor más grande que entregar la vida. Descubro un “como yo les he amado” en el padre viudo que explota todas sus capacidades en favor de que a sus hijos no les falte nada de lo necesario. Porque el amor es la fuente de la vida. Descubro un “como yo les he amado” en el hijo o hija que por encima de la enfermedad, senectud o impotencia de sus padres no deja de brindarles la atención digna y delicada, de respeto y de retribución. Y esto porque quien ama ha nacido de Dios

Descubro un “como yo les he amado” en el sacerdote jovial y sonriente; en el que por encima de conocer las imperfecciones y pecados de su pueblo anuncia la santidad con optimismo, realismo y convencimiento de que el amor siempre dará frutos. En el que deja a un lado las nimiedades externas y se esfuerza en conducir desde el mundo interior. En el que no se coloca ante sus fieles como su amo, sino en el que los sabe llamar “amigos” porque a ellos, en nombre de Cristo, les revela los secretos del reino. En el que no se ofusca con irrelevantes normas y transitorias tradiciones, sino que vive ocupado en la construcción de una experiencia siempre profunda y sólida. Porque el Espíritu también se regala a los gentiles de hoy; sólo será necesario querer descubrirlo y como Pedro experimentar que no se puede frenar la acción del Espíritu y como Juan, en su carta, poder afirmar que el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero.

 

P.Ovidio Pérez Pérez

Para El Visitante

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