Hay un deterioro moral en el País y un basurero auspiciado por los ciudadanos de la nota discordante. No ha habido una formación adecuada respecto a los desperdicios sólidos y se piensa que hay una isla oculta en la que se deposita la basura. Los ciudadanos han dado rienda suelta a depositar la basura, pero jamás piensan que el territorio casi invadido llegará a su fin, rebosará en malos olores y contaminación por doquier.
Ahora que el oprobio cubre a los ilusionados con la basura sería bueno acentuar el trabajo y el esfuerzo que hacen aquellos que se echan sobre sus hombros esa tarea. Desde la media noche, o al filo de las dos de la mañana, esos valientes se visten de la solidaridad más altruista para ir casa por casa expandiendo el músculo y la mente para hacer una labor sacrificada. Mientras los demás duermen, ellos se tragan el amanecer entre malos olores, insectos, fuerzas musculares. Así saludan al sol con su gallardía y su disposición laboral.
Hacer de tripas corazones es la recomendación más atinada para estos madrugadores a ultranza. Doblegan el cuerpo y revivir amparados en la obligación es dar la milla extra, que no es usual en el País, es merecer estar en un pedestal de agradecimiento colectivo. Hay un sueldo, pero el sacrificio bordea lo quijotesco, el rigor de estar al servicio de los demás.
Los listos del corazón del royo, aquellos que no se ensucian, ni dan un tajo a favor de trabajo honesto, se hicieron ricos especulando sobre la basura. Para ellos que dictan pautas desde un escritorio y se olvidan de los trabajadores y pobres, esa labor de servicio dejaba dividendos, chavitos por debajo de la mesa. Vivir, empujando a los demás, es propio del caciquismo, de los herederos de aquella famosa frase such is life.
Los trabajos más duros no pueden ser ventilados en la casa del mayordomo que vive a sus anchas y prefiere dictar pautas y dar órdenes sin haber bajado al escenario real. Esa labor de recogido de basura requiere de oxígeno económico, de proyección ética, de reconocimiento comunitario. Aunque el trabajo es una obligación moral, se hace más llevadero por las diversas garantías de libertad y crecimiento humano.
Los ciudadanos deben agradecer la labor de esos esforzados que despejan los hogares de aquellos sobrantes que hieren el asfalto y crean malestar. Debe haber una consideración y una ayuda mutua para que los que recogen la basura no vivan aturdidos o desfavorecidos por los vecindarios donde ejercen su labor. Es ayuda mutua, una participación adecuada en esa faena de servicios y buena voluntad.
Recuerdo cuando tuve que ir a dar la noticia de la muerte de un hijo a una envejeciente de la parroquia. El murió mientras echaba un dron de basura en el camión. Un carro se salió de la vía y lo lanzo junto a la basura. Fue una tragedia, lágrimas y dolor por aquella anciana que no tenía consuelo. Moría su hijo cumpliendo con la faena diaria, con su obligación de trabajar.
Hay que limpiar al País de toda corrupción y de todo engaño. Los pobres esperan un mañana mejor, una justicia más amplia, una misericordia sanadora. Los trabajos más duros deben ser bien remunerados. Enriquecerse con el sudor de los pobres es hundirse en la debacle espiritual y caer víctima del egoísmo.
P. Efraín Zabala
Para El Visitante