La práctica del ayuno, y por ello se entiende abstenerse de alimentos por un periodo determinado de tiempo, con todo y lo beneficioso que pueda resultar como ejercicio ascético, no es lo peculiar de los creyentes en Cristo. El Maestro, más bien, utiliza la realidad humana de la alimentación en su doble perspectiva (de ingerir alimentos y de dar alimentos) para desarrollar su enseñanza sobre el Reino de Dios.
El dilema numérico de cantidad de alimento versus cantidad de personas se ve tanto en el texto de la primera lectura (2 Re 4, 42-44) como en el del evangelio (Jn 6, 1-15). En los pocos versos del trozo del segundo libro de los Reyes hay alusión a la ley de las primicias (cfr. Deut 26, 1-19); ello es un elemento adicional de índole legal-religiosa que aporta al asombro del colaborador del profeta. Al seguir las indicaciones de Eliseo se alimentan los cien hombres y hay sobrantes. En el trozo evangélico es el apóstol Felipe quien se asombra ante el gran número de personas y la gran cantidad de dinero que supondría tener para poder alimentarles.
En los versos de la segunda lectura (Ef 4, 1-6) no hay alusión alguna al tema de la alimentación, pero sí hay un Pablo asombrado con la vocación a la que fue llamado y sabe que también han sido llamados los cristianos de Éfeso. Previamente (cfr Ef 3, 18-19) ha rogado que sean capaces de comprender cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento humano. Ahora, en el texto expone que la humildad, la amabilidad, la mutua comprensión, la unidad y la paz son evidencias claras de la presencia de un Dios que lo invade todo. Un Dios que no se mueve por lo fácil, superfluo y diverso, sino que impregnándolo todo, transforma todo en Sí: único Dios verdadero.
Sin desprecio alguno al ayuno; cuidado hemos de tener que no convirtamos esta práctica en una forma sutil de evadir la responsabilidad que tenemos de compartir nuestros bienes y esto porque se nos facilita una religiosidad que impone el “no” (como, por ejemplo, el no comer) a un cristianismo que lance al compromiso del “sí” (como, por ejemplo: denles ustedes de comer -cfr Lc 9, 13). Así, quizás sea más fácil dejar de comer por unas horas que abrir las puertas de nuestras alacenas y neveras; qué pena, puesto no hay cristianismo sin dimensión social. Quizás es más fácil andar echando cálculos, que andar practicando la generosidad; cuán lamentable porque en Cristo no hay gesto pequeño que no construya. Quizás es más fácil cumplir cualquier precepto religioso que cooperar con los necesitados; y qué triste porque no hay ágape sin caridad. Quizás es más fácil sostener la veracidad material, que confiar en la sublime mano providente que abiertamente sacia de favores a todo viviente, como canta el Salmo de esta celebración (Sal 144). Quizás es más fácil despedir en pie a la gente que ser acogedores y, cómodamente sentados, ser capaces de asumir sus necesidades con la misma relevancia que las propias; que atroz para un cristianismo que pide ser servidor de todos. Quizás es más fácil esconder los cinco panes y los dos peces que disponer las manos para dar y repartir; qué lamentable porque no hay eucaristía sin entrega. Quizás es más fácil proclamar a Cristo como Rey, que saberse parte de un reino que celebra la paz, la justicia, la vida, la verdad y el amor. Qué decepcionante puesto no habrá vida eterna sin banquete glorioso (Cfr. Apoc 19, 1-21).
P. Ovidio Pérez Pérez
Para El Visitante