La mañana del 5 de diciembre de 1976, Puerto Rico se despertó como tantas otras mañanas, con una noticia triste. Meses antes la gente se había preparado para la celebrar la coronación de nuestra Virgen, en una bonita actividad multitudinaria. El Papa había mandado a coronar a la Virgen patrona de los puertorriqueños en un gesto de cariño por nuestro pueblo.

Pero al buscar la imagen de la Virgen para conducirla a la celebración, la encontraron quemada. Un corazón malintencionado le había prendido fuego. Nunca se conoció a esa persona que cometió ese acto infame. Ciertamente no hacía falta saber quién era el culpable, porque con ese gesto criminal mostraba cómo era su corazón. Buscaba oscurecer el ánimo de los puertorriqueños. Pero no lo logró.

La coronación se llevó a cabo con mayor solemnidad, porque el alma de nuestro pueblo se encendió todavía más del fuego verdadero que no destruye, sino que ama a su Virgen porque Ella le muestra a Jesús. Así recibimos a nuestra Madre Santísima, con su tez quemada, como nuestra piel que se quema por el trabajo y la faena diaria. Así la Virgen de la Providencia volvía a identificarse totalmente con su pueblo, a vestirse y a vestirnos con la textura de la misma piel que llevó Jesús.

Por eso en la fiesta de nuestra patrona, y como están las cosas, hay que recordar este hecho precioso de nuestra historia. A pesar de los intentos del mal, de la tristeza y de los problemas que sufrimos, hay que volver a nuestra Madre del Cielo.

Porque hoy, como ayer, muchos quieren sacar a Dios de nuestra vida en todos sus aspectos. Quitar a Dios de nuestras familias, de nuestras leyes y nuestras celebraciones. Eliminar su Voluntad para poner otras voluntades que no sirven al Señor. Ése es el trabajo de los que quieren sacar a Dios de la vida. Lo primero que hacen es sacar a la Virgen Santísima y que con ella se vaya su Hijo. Lo intentó hacer el rey Herodes y lo intentó ese bandido pirómano.

La imagen de nuestra patrona es toda una catequesis preciosa de lo que son los mejores valores que necesitamos recuperar. La Virgen de la Providencia es la que sostiene en su regazo a Cristo y vive para Él. Ella es el “arca de la alianza” que camina con nosotros a todas partes. No importa dónde vayamos, nos muestra lo mejor de la vida ¡a su Hijo Jesús! Él es el punto central de la venerada imagen: miradas que se posan solo en Jesucristo.

La Virgen Santísima siempre está presente. Aun así quieran echarla fuera, quieran quemar su imagen entre nosotros, quieran enviarla lejos… Ella siempre está, enseñándonos a ser buenos cristianos y lo que es lo mismo: a ser buenos puertorriqueños.

El buen puertorriqueño, debe estar metido en la fiesta de la Vida, no en la fiesta de la mundanidad, y darse cuenta que en este país nos hace falta vino bueno. No el vino que emborracha y nos pone tontos.
Estamos cansados ya del vino del desánimo, de la inseguridad, de los desempleos facilones y de las quejas frecuentes, ya no nos hace falta beber los malos tratos y las indiferencias. Ahora queremos el vino bueno que es Jesús mismo. Por eso el buen cristiano que habita en esta tierra debe escuchar lo que nos dice la Virgen: “Hagan lo que Jesús les diga”. Traigamos las tinajas de nuestras vidas para que Él las convierta en vino dulce y bueno que encienda en nosotros el amor.

Por eso, tenemos que recibir a la Virgen, como la recibió nuestro pueblo aquel 5 de diciembre, triunfante aun así quemada por el fuego del odio, su imagen salió victoriosa sobre la multitud. Hoy nuestra Madre vuelve a salir en frente a nosotros para darnos el único vino que vale la pena: la sangre de Jesús. No importa dónde estemos ni dónde nos depare la vida, nuestra Patria verdadera no es ni siquiera esta tierra, son los brazos de María Santísima de la Providencia, que nos pone con su Hijo, Jesucristo.

(P. José Cedeño Díaz-Hernández, S.J.)

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