De las distancias enfermizas, hemos pasado a las cercanías vivas. Cada cual por su lado, en su refugio aquilatado por el yo soy a mi antojo, ha sido destronado por “es obligatorio mantenerse en casa”. Esa vuelta al hogar, impuesta desde el poder gubernamental, impone una mirada a la forma de vivir y ser.

Hace años que el desparramiento familiar tomó forma de exilio, una sutil escapada del abrazo terapéutico para ir en pos de libertades más a tono con los tiempos nuevos. Se prefiere estar en la otra orilla, mirar de lejos y sentirse como pez en el agua en ese otro vecindario marcado por ideas contemporáneas. Estar con los amigos, los “bro”, los modernos era un reto a la mentalidad restringida de los poderes.

El mandato gubernamental es ley para cumplirse, someter la libertad y hacer las paces con los miembros de la familia. Así, sin pensarlo dos veces, la obediencia se impuso, quedarse en la casa es una obligación moral, aportar a sanar del ambiente, dar esperanza a un mundo marcado por la enfermedad y los agobios mentales. Ese estar en la casa va por el cauce de mantener a raya el virus, de servir de agente vigilante y depurador de todo aquello que afecta el organismo humano.

Resulta incómodo acogerse al plan de dentro de la casa se evitan mayores males, incluyendo la epidemia global. No hay que ir por la tangente y usar argumentos ad hoc. Es imprescindible que el ser humano amenazado utilice su escudo y su sistema inmunológico para triunfar en la batalla. Todo requiere de un convencimiento real, de un sentido de responsabilidad y ética de la existencia.

Acercarse y alejarse son forma de expresar la solicitud de uno por los otros. Hacerse presentes en las alegrías y tristeza, dar la mano y extender el corazón en sentimiento de generosidad facilita el entendimiento entre los seres humanos. La soledad a expensas de la indiferencia distorsiona el plan de Dios y hace que prevalezca el pesimismo enfermizo. Toda relación que incorpore un deseo de bien y de felicidad alimenta el sistema inmunológico.

Tratar de converger en un “no estoy de acuerdo” es mala cizaña porque se está trabajando en pos del bien común, de la salud como eje del disfrute terrenal. La prioridad va inmersa en el bienestar general, en establecer la demarcación del todos versus el individuo y su condición particular.

Estas circunstancias, con enfoque disciplinario, abren la conciencia colectiva para unir voluntades, mirarse en el espejo del vecino y entender que es el momento de cantar a coro y no hacer solos que desafinen el concierto de las realidades difíciles.

P. Efraín Zabala Torres

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