Hacía mucho calor ese sábado, 14 de julio del 2012. Se sentía un calor en el templo de San Ignacio por la notable muchedumbre que llenaba los bancos para celebrar las exequias de Julia María (Julie) Alvira Lewis. Como se decía antiguamente, había muerto “en olor de santidad”. ¿Quiénes estaban presentes en esa misa de exequias? Todas las personas que por una razón u otra habían sido tocados por la bondad de Julie a través de sus acostumbradas actuaciones: profesores universitarios asiduos del Centro Universitario Católico (CUC); jóvenes profesionales egresados del Recinto de Río Piedras, que durante sus años de estudiantes pertenecieron a la comunidad del CUC; adultos jóvenes, que aún la llamaban “titi Julie”; ella los había atendido en la catequesis cuando eran niños, mientras sus padres asistían a la misa dominical del Centro; líderes y catequistas de las parroquias, a quienes Julie les había ofrecido talleres de formación cristiana o retiros; dirigentes de diferentes Hogares CREA, a cuyos residentes Julie ofrecía charlas y retiros, espacialmente cada Viernes Santo; además de su familia, amigos y compañeros de trabajo. Allí estábamos todos ante sus cenizas. Perplejos, no sabíamos si debíamos rezar por ella o solicitar su intercesión, a la cual estábamos más acostumbrados. Había muerto el 7 de julio del 2012 luego de una larga y dolorosa lucha contra el cáncer.

Había nacido el 30 de enero del 1938; ahora cumpliría 82. De manera certera la describió en la es que la mortuoria una de las personas con las que trabajó en el negocio de autos: “Como profesional nos enseñaste con tu ejemplo de dedicación, entrega y compromiso. Pero tu enseñanza más grande la diste como ser humano. En tú frágil figura habitó el corazón más hermoso y amoroso que hemos conocido. En tus tiernos ojos encontramos compasión y entendimiento. En tu sonrisa sincera un oasis de ternura y en tu cálido abrazo una serenidad absoluta. Tu sola presencia iluminaba todo a tu alrededor. Seguirás iluminando nuestras vidas porque tu amor incondicional, entusiasmo y paz nos cambió para siempre. Continuarás siendo un ejemplo para nosotros”.

En sucinto resumen de su vida, y paso por esta tierra, diría que fue una mujer todo amor y que nos ensenó a amar. Y como laica consagró su vida no solo a vivir en austeridad y sencillez evangélica, como ejemplo a los que la conocimos, sino como evangelizadora. Su tiempo libre era para evangelizar y lo realizó en los sectores más diversos. Yo le decía que había predicado más que muchos de los oficiales. El tiempo de vacaciones del trabajo lo empleaba, sobre todo, participando en retiros de ocho días. Allí nutría su fortaleza ante la enfermedad, de la que nunca se quejó. Allí impulsaba su espíritu evangelizador que cubrió muchos niveles de personas.

Ya a 8 años de su partida al Padre nos interesa que nuestra comunidad creyente católica conozca a esta figura. Porque en su vida de laica, de casada sin hijos, pero atendiendo las necesidades de su casa y esposo, realizó el modelo evangélico de entrega a su Cristo Salvador, y como alma llena intensamente del espíritu misionero. Por eso oía con gozo espiritual aquella canción: Llévame donde los hombres necesiten tus palabras, necesiten tus ganas de vivir. Donde falte la esperanza, donde falte la alegría, simplemente, por no saber de ti.” ■

P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante

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