Este fue un día muy especial, sobre todo porque representaba una de las últimas experiencias del tan largo y emocionante viaje de la JMJ. Desde nuestra llegada a Budapest, Hungría, quedamos maravillados con todas las bellezas de esta ciudad. Durante nuestra breve estadía, tuvimos la oportunidad de visitar la famosa Plaza de los Héroes, el gran castillo Vajdahunyad y, por supuesto, navegar el río Danubio mientras atardecía.

Aunque fantásticas, ninguna de estas experiencias fue tan enriquecedora como los encuentros con Cristo cada día. En Budapest, ese primer encuentro lo tuvimos en la iglesia de Matthias Corvinus. Construida en el estilo gótico románico por afuera, contrasta con su interior, que era oscuro y delineado por magníficos mosaicos bizantinos. Su iluminación era mínima y me desconcertaba el aire misterioso. Sin embargo, esta oscuridad suntuosa pareció desintegrarse desde que comenzamos la celebración de la Santa Misa y tocamos y cantamos. Entonces el ambiente se volvió gozoso mientras prestábamos atención a las palabras de Padre Joel. Fue tanta la alegría que transmitimos, que hasta una pareja que por allí estaba se sentó a aplaudir y a atender la misa. Tras finalizar, fuimos recibidos por la simpática guía húngara, Andrea, quien nos relató en detalle la historia de la iglesia y del catolicismo en el país. Parece que a ella también la contagiamos con alegría, ya que no paraba de sonreír. Fue entonces que me percaté de que, con Cristo en nuestros corazones, podíamos llevar la alegría a toda persona y a todo el mundo, como lo hicimos ese día en la iglesia húngara de Matthias Corvinus.

(Andrea P. Capllonch, peregrina)

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