El relato comienza diciéndonos que se ha enfermado Lázaro, quien es hermano de Marta y María, amigo de Jesús que vive en Betania. Se destaca la relación directa que Jesús sostiene con esta familia. La amistad y el cariño son característicos de los encuentros de Jesús. En Jesús cada persona está llamada a experimentar la atención cordial y personal de Dios; y es al interior de esta relación personal con Él que se realiza la salvación.

El diálogo de Jesús con las hermanas de Lázaro, está lleno de su pedagogía. Primero Marta, va entrando, conducida por Jesús, en la experiencia de la fe: Marta comienza abriéndole su corazón a Jesús. Sus palabras manifiestan: su fe en Jesús: “Mi hermano no habría muerto. Su desilusión por haber llegado tarde. Su esperanza porque sabe que su presencia no será en vano. Sus palabras son una reafirmación de su fe, a pesar del duro momento que está viviendo. Ante la expectativa de Marta, Jesús le anuncia: “Tu hermano resucitará”. En el corazón de Marta se mezclan la fe y la desilusión frente a la persona de Jesús. A su experiencia de fe le falta todavía un conocimiento más hondo de qué es lo que Jesús puede ofrecerle.

María, no consigue salir de su dolor, no llega aún a la fe en la resurrección. María hace algo que no hace Marta: “cayó a sus pies”. El gesto indica reconocimiento y adoración de Jesús, pero sus palabras indican que su fe es todavía insuficiente, hay fe pero también desilusión. María aún no se abre a la esperanza, no llega a la confesión de fe de su hermana, sigue confusa ante la muerte.

Este es el momento en el que Jesús se coloca de frente a la muerte. Jesús está ante el sepulcro profundamente conmovido. Ahora demuestra que ésta no es de ninguna manera un límite para él: EL tiene poder sobre la muerte.

Una vez que se ha descrito la tumba de Lázaro y se ha asistido al llanto de Jesús, notamos todavía un breve intercambio de palabras entre Jesús y Marta. Cuando Jesús dice “Quiten la piedra”, Marta pone una objeción: “Señor, ya huele; es el cuarto día”. El cuarto día después de la sepultura es cuando, según la creencia hebrea, el cuerpo regresa definitivamente al polvo de la tierra, o sea, cuando la muerte es completa e irreversible.

El signo, como la totalidad del encuentro con Jesús, se realiza como un itinerario que desemboca en el “creer”. Por eso Jesús le responde a Marta: “¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?”. Sólo si se cree en Él, se abre el espacio para la realización de la obra de salvación. Creer es reconocer el vínculo estrecho que hay entre el Padre; a quien nadie ha visto; y Jesús; quien conoce de “primera fuente” el misterio y del proyecto de Dios.

En medio de la situación de muerte, a través de su oración, Jesús deja clara cómo es su relación con Dios. Jesús le da gracias al Padre porque lo ha “escuchado”. Jesús tiene un corazón agradecido. Jesús está seguro de su unión con el Padre y no tiene necesidad de que ésta se demuestre con un signo evidente para todo. Jesús tiene un corazón libre; Jesús deja claro que lo que busca es que la gente crea. Jesús tiene un corazón de maestro.

Padre Obispo Rubén A. González Medina, cmf
Obispo de la Diócesis de Ponce

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