El Evangelio de este domingo nos recuerda que Jesús solo no puede dar a conocer su mensaje; necesita colaboradores como tú y como yo, que lo ayuden; necesita enviados de Dios como Él. Hombres y mujeres que acepten la invitación a formar parte de esta gran aventura.

Ahora bien, hay que tener presente que el anuncio del Evangelio no es fácil, está asociado a la persecución o, en su defecto, al desprecio. El destino del discípulo reproduce el destino del Maestro; por más que no finalice en la cruz, el camino del discípulo pasa también por la cruz.

En ese camino el seguidor de Jesús tiene que estar dispuesto a realizar ciertas acciones, entre otras, la renuncia a todo lo superfluo, incluso a cosas que puedan parecer útiles y necesarias. El camino no admite aplazamientos: este es el significado de la desconcertante prohibición de saludar por el camino. El Señor tiene prisa y no podemos detenernos, no podemos perder tiempo en pequeñas distracciones.

Hoy como ayer urge dar a conocer la presencia del Reino de Dios en nuestro mundo. Un anuncio que nunca es imposición; siempre es propuesta. Nuestra vida cambia si aceptamos entrar en la dinámica del Reino de Dios.

Ten presente que nuestro mundo necesita enviados con fuego en el corazón, hombres y mujeres sin miedo a los riesgos personales, con vivencia de Dios. Urgen enviados alegres de saber que el demonio no es todopoderoso, porque el Todopoderoso es Dios. Urgen enviados que den a conocer que la realidad del Reino de Dios llena de sentido nuestra vida. O recuperamos a Dios para nuestras vidas o nuestras vidas serán una continua insatisfacción.

Nuestra misión es anunciar la Buena Noticia, el mensaje de Jesús. Ni siquiera, a Jesús, sino su mensaje. Y cuando lo hagamos, no debemos estar contentos porque hayamos hecho milagros, sino porque Él va a inscribir nuestros nombres en el cielo. Ser cristiano es una opción. ¿Te animas a intentarlo?

 

 

 

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