Isaías nos dice que la Palabra de Dios es la semilla que produce vida en donde quiera que caiga y que espera que produzca fruto en nosotros.
En la Carta a los Romanos, San Pablo nos recuerda que la gloria de Dios que un día se descubrirá es mucho más grande que cualquier sufrimiento. Pero para contemplar esa gloria, es necesario que su Palabra haga eco en nuestros corazones.
San Mateo es el único evangelista que nos presenta esta parábola que no necesita introducción: la parábola del Sembrador.
Desde el Antiguo Testamento, la Palabra de Dios se nos presenta como una semilla. Esta semilla es fecunda, da frutos, alimenta, da vida. Cuando el creyente se alimenta de la semilla que es la Palabra de Dios, se convierte en un ser poderoso. El que se alimenta de la Palabra de Dios es un ser lleno de vitalidad, de gozo, capaz de transformar un mundo. El que se alimenta de la Palabra de Dios habla Palabra de Dios, habla el mensaje de salvación. El que se alimenta de la Palabra de Dios adquiere la Fuerza de Dios, que lo capacita para escalar cualquier cima, cualquier precipicio, y hasta puede llegar al cielo.
Al recordarnos San Pablo en la Carta a los Romanos que somos seres espirituales, nos recuerda que el alimento del Espíritu es la Palabra de Dios. La Palabra de Dios hace dos cosas en nosotros: nos hace comprender que los sufrimientos de este mundo son pruebas que se vuelven sal y agua cuando se trata de la gloria que nos espera, y que la Palabra de Dios nos da fuerzas para enfrentarlas. No en vano decía el Santo Cura de Ars cada vez que se enfrentaba con una prueba: “ánimo alma mía, que nos espera la eternidad”.
Jesucristo retoma la imagen de la Palabra de Dios como semilla en la famosa parábola del Sembrados, añadiendo la imagen de nosotros como la tierra en donde esa semilla es sembrada. Dependiendo de la clase de tierra que seamos nosotros, así serán los frutos que produzcamos. Esto explica el porqué tanta gente que se bautiza y tantos que se condenan, gente que se salva, pero pocos que realmente son cristianos de verdad. El bautismo, y aquí nos referimos de nuevo a la Carta a los Romanos, es la siembra de la Palabra de Dios en nuestras almas por excelencia. Sin embargo, esta semilla se nos siembra en muchas ocasiones: cuando escuchamos o leemos la Palabra de Dios (la Biblia), cuando oramos, cuando asistimos a misa. Sobre todo, cuando comulgamos es que se nos siembra la Palabra de Dios de una manera portentosa, puesto que JESUCRISTO ES LA PALABRA VIVA DE DIOS. ¡Así que nosotros no tenemos excusas sino damos fruto!
P. Rafael “Felo” Méndez Hernández
Para El Visitante