Domingo XXVII del Tiempo durante el Año, Ciclo C
Contexto
Después de dos domingos en los que la Palabra de Dios nos ha dejado claro que no podemos ser ciegos a las injusticias y debemos atenderlas, hoy entramos en otro tema, que no nos aleja de la realidad, pero le da a esta su perspectiva trascendente: la fe y la oración.
A veces la oración es como una lucha (Hab 1, 2-3; 2, 2-4), requiere escucha (Sal 94) y fe (Lc 17,5-10) y sin duda tiene un poder transformador (2 Tim 1,6- 8.13-14).
Reflexionemos
El profeta Habacuc sitúa la verdadera fe en la vida del justo (el santo), pero esta, así como la paz y justicia no son cosas abstractas. De la misma manera que la lucha contra las injusticias sociales requiere mucho esfuerzo, también el combate espiritual no siempre es fácil. El inicio del pasaje de la primera lectura hoy expresa claramente lo que supone, a veces, esa lucha espiritual. Esta acepción de la vida espiritual es bueno verla, ya que algunos piensan que la misma es algo monótono, sin retos ni esfuerzo, aburrido o anestésico.
Lejos de la verdad, y, de hecho, deberíamos desmentir esa concepción; la lucha espiritual requiere, por lo menos, tanto empeño como otras labores.
Si queremos ser personas realmente espirituales y buenos cristianos, la oración es fundamental. A su vez esta requiere la fe, aunque sea “un granito”, porque sin ella no podemos orar. Esta es como el interruptor que hace correr cualquier máquina. También, para la oración es fundamental la escucha, la cual nos recalca el responsorio del salmo de hoy, y por tanto el silencio. En nuestra sociedad ruidosa, como la nuestra, solo el poder estar en silencio ya es una lucha y un triunfo para quien lo logra. El silencio propicia la escucha, porque la oración no puede ser solamente hablar y hablar, sin escuchar lo que el Señor quiere de nosotros.
Además, la oración nos sumerge en la esfera de la confianza en Dios y requiere también esa confianza. Por eso Jesús usa esas palabras de la no necesidad de estar agradecidos o decir que somo “siervos inútiles”, no porque no debamos ser agradecidos, sino porque nuestra relación con Él no es de toma y dame, sino de pura gratuidad. La fe es un don completamente gratuito. Por eso hay que pedirla, como los apóstoles, y actuar conforme a esa fe.
Aunque la segunda lectura no está directamente vinculada con las otras dos, las palabras de Pablo son un testimonio del poder de la fe y la oración. Ella puede avivar el fuego de la gracia que recibimos por los sacramentos, como a Timoteo por la imposición de las manos; nos da valentía y espíritu de energía, amor y buen juicio, y nos fortalece para realizar los duros trabajos del Evangelio.
A modo de conclusión
El famoso teólogo del siglo XX, Karl Rahner, en medio de los debates del Concilio Vaticano II, llegó a decir que “el cristiano del siglo XXI o será un ‘místico’, o no será cristiano”.
¿Somos o no somos?
Ante los retos que vive la Iglesia hoy y lo que nos dice la Palabra de Dios este domingo, las palabras de ese teólogo tienen un relieve especial, pues solo a la escucha de Dios sabremos qué quiere el Señor de nosotros y nos podremos abrir a su gracia, que puede hacer portentos en nuestra vida, como los hizo en la de Pablo y Timoteo. Y para ello nos bastaría un granito de fe.
En este año misionero no olvidemos tampoco que la misión es fruto de la oración, pues como diría Sto. Tomás de Aquino, la predicación y la enseñanza, en este caso de la fe, consiste en contemplata aliis tradere, es decir en transmitir a los demás lo contemplado (cf. Summa Theologiae, IIIa, Q. 4-45). ■
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante