Se acercaron a Jesús unos fariseos, no para aprender del Maestro, sino para ponerle a prueba. No es la primera vez que Jesús discute con ellos a causa de la ley y las tradiciones judías: Así es que no nos extraña, que los fariseos quieran ponerle a prueba, preguntándole sobre algo cuya respuesta era indiscutible para los judíos: “¿Puede el marido repudiar a la mujer?”. La respuesta de todo judío normal es “sí, porque lo dice la ley”. En Dt 24,1 está escrito:
“Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque des- cubre en ella algo que le desagrada, le escribirá un acta de divorcio, se la pondrá en su mano y la despedirá de su casa”. Este “algo que le desagrada”, “algo que le disgusta” o “algo vergonzoso”, era interpretado de modo diverso según las distintas escuelas rabínicas.
En su respuesta, Jesús distingue la voluntad original de Dios del precepto de Moisés. Moisés ha tenido que dar ese precepto por la “dureza de corazón” de los judíos, afectaba no solo a sus contemporáneos, sino también a los de Jesús, ya que Jesús les dice: “por la dureza de co- razón escribió para ustedes este precepto”.
La “dureza de corazón” es un término que aparece en el Antiguo Testamento indicando la insensibilidad del corazón humano a la enseñanza de Dios, como consecuencia de la continua desobediencia (cf. Dt 10, 16; Jr 4, 4; Eclo 16, 10; en el N.T. solo aparece aquí y en Mc 16, 14).
¿Qué piensa, Jesús, respecto a la posibilidad de que un hombre repudie a su mujer? Que no es eso lo que Dios quiere. Que Dios los creó hombre y mujer, iguales ante Él, con la misma dignidad, hechos los dos a imagen y semejanza de Dios. Por tanto, la mujer no es una propiedad más del varón que puede ser usada y despedida a voluntad. Así eran las uniones judías: matrimonios concertados por los padres (habitualmente, por el padre), en el que la mujer permanecía sumisa en el ámbito doméstico y el hombre tenía el dominio, como superior que era considerado.
Para Jesús, el amor, la unión y la compenetración deben ser la clave del matrimonio: “Los dos serán una sola carne”, y esa realidad está por encima de cualquier ley. No tiene sentido hablar de repudio porque no cabe la infidelidad, ni el adulterio, ni ninguna “cosa que disguste” aun la otra que no pueda ser perdonada. Porque el amor “es paciente, es amable…, no busca su interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal […] Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. El amor no acaba nunca” (1 Cor 13, 4-8). Como dice el Cantar: “Grandes aguas no pueden apagar el amor ni los ríos anegarlo” (Cant 8, 7).
Jesús también piensa que es Dios quien une a aquellos que se aman y se encuentran. El hombre es el don de Dios para la mujer y la mujer es el regalo de Dios para el hombre. La bendición de Dios para el ser humano es encontrar al compañero o compa- ñera de su corazón, tener una unión fecunda, vivir del fruto del propio trabajo y gozar una larga vida juntos, como canta el salmo 19.