Si los grandes Santos de nuestra devoción, regresaran hoy a la Iglesia que somos y amamos, no la reconocerían. Guiada por el Espíritu Santo, y como Cuerpo de Cristo, esta Iglesia evoluciona, cambia y crece, de acuerdo con las circunstancias históricas de cada época. Las grandes herejías, las llamadas “guerras santas”, la fragilidad e innegable pecado de todos los bautizados, han moldeado su identidad a través de los tiempos. Es santa porque su fundador es santo.

El misterio de Dios siempre será misterio. Sin embargo, ese Dios que se reveló ya totalmente, es el que es conocido poco a poco por aquellos que le buscan con sincero corazón. Lo urgente en este momento histórico de la Iglesia, es reconocer cómo el laico bautizado aletargado por tantos años se ha despertado hoy como un gigante. Descubriendo su llamado, hoy por hoy constituye la mayor riqueza de aquellas diócesis y parroquias cuyos Pastores, promueven y animan los ministerios laicales.

Notemos que la espiritualidad de ese Pueblo de Dios, que hoy sirve con tanta generosidad, ha sido influenciada por distintas corrientes de pensamiento doctrinal. Ninguna comunidad de fe se desarrolla en un vacío. Desde el inicio de la renovación de la Iglesia, comenzada por San Juan XXIII, hasta el presente, en el pontificado del Papa Francisco, se viven unas tendencias hacia la polarización de la Iglesia. Son múltiples los movimientos pastorales, aprobados por la Iglesia, que tienden a abanderizar a los fieles. Sin intención de mencionar una lista exhaustiva, señalemos algunos de los mejores conocidos: Cursillos de Cristiandad; el Camino Neocatecumenal; Opus Dei; Renovación Carismática; Retiros San Juan XXIII; Grupos de Oración del Padre Ignacio Larrañaga; Misioneros del Valle; Apostolado del Cenáculo Misionero y otros.

Confío que, a estas alturas de su vida de fe, ustedes se atrevan a admitir que estos movimientos han enriquecido a nuestro pueblo grandemente. Al mismo tiempo, confío que no seamos ingenuos y podamos admitir también, que muchos han sido los conflictos pastorales que han surgido a nivel de diócesis y parroquia, por algún desacuerdo, malentendido o mera actitud de competencia entre estos grupos. Hablo de lo que he vivido como párroco, consejero y guía espiritual en mis 52 años sacerdotales.

No es secreto que, a nivel global, nuestro querido Papa Francisco, tiene sus simpatizantes y sus discordantes. Su línea de pastoral, reflejada en sus Cartas Pastorales, son de alegría, compasión y misericordia. La controversial Amoris Laetitia (abril 2016), por mencionar un ejemplo concreto, que trata sobre la familia y la situación delicada de algunos cónyuges, sigue todavía causando serias discusiones en el ámbito de la pastoral.

El Arzobispo Carlo María Viganó, pasado Nuncio Apostólico en E.E.U.U. (2011-2016), escribió una carta al Papa solicitando su abdicación como Vicario de Cristo. Es conocido que en EE.UU., varios Arzobispos y Obispos públicamente han manifestado su inquietud sobre la ortodoxia de Francisco. Entre ellos, el Cardenal Raymond E. Burke es conocido por su postura tradicionalista y frecuente invitado por grupos conservadores. Interesante notar, que usualmente, estos grupos son tradicionalistas y de la élite. Los adinerados tienden a financiar reuniones nacionales, (e.g. Napa Institute, CA.), donde celebridades como George Weigel diseminan a modo alarmante, los supuestos males de la Iglesia en EE.UU.

Me disculpan que mencione estos ejemplos de la Iglesia norteamericana, pero son sobre los cuales leo y estudio. No me sorprendería que la Iglesia en Latinoamérica, viviese también, semejante situación pastoral. Los Obispos de esa área geográfica, en general, tienden a ser conservadores y lentos en la puesta al día en la pastoral de Vaticano II. (¡Reconozco que estoy haciendo un juicio atrevido!) Por lo menos, esa fue mi experiencia durante los años que fui misionero en México. Me he fijado que usualmente, Obispos y Sacerdotes que justifican su lentitud en renovar su pastoral, especialmente en la Liturgia, argumentan que, “el pueblo fiel todavía no está preparado para esos cambios”.

Tan reciente como julio pasado, Mons. James S. Wall, Obispo de Gallup, NM, escribió una carta pastoral, recomendando que la Misa se celebrara “ad orientem”, de espalda al pueblo, y cara hacia al oriente, como antiguamente se hacía. Su razonamiento era que la liturgia es una búsqueda de Dios, una celebración que anhela el misterio de la divinidad. O sea, la Misa como acto por excelencia que se celebra para rescatar al ser humano empecatado. Esto solo lo menciono como un ejemplo concreto de la contienda que todavía existe, como tensión entre los reformadores y los conservadores.

Lo ya mencionado, lo describo como “tiempos borrascosos”, pues constituyen toda una amenaza para los que se comprometen a buscar la santidad desde su vocación bautismal. Es distracción, es frustración todo ese debate interno, para decidir si se recibe el Cuerpo de Cristo, de pie o de rodillas, en la mano o en la boca, con mantilla o sin mantilla, cantando gregoriano o algún himno encarnado en el pueblo. Parece algo inconsecuente, pero no para aquellos que, en conciencia, desean actuar según la enseñanza de la Iglesia. La doctrina de la Iglesia según el Concilio Vaticano II está muy clara. Lo que no está tan claro es toda la interpretación con matices de amarre tradicional o revuelos de avanzada. ¡Que Dios nos ayude!

Domingo Rodríguez Zambrana, S.T.
Para El Visitante

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