Usando imágenes de la vida cotidiana, con palabras sencillas y directas, Jesús hace saber cuál es la misión y la razón de ser de una comunidad cristiana: ser sal. En tiempo de Jesús con el calor que hacía, la gente y los animales necesitaban consumir mucha sal. La gente iba consumiendo la sal que el abastecedor dejaba en grandes bloques en la plaza pública. Al final lo que sobraba quedaba esparcido como polvo en tierra, y había perdido el gusto. “Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres”. Jesús evoca esta costumbre para aclarar a los discípulos y discípulas la misión que deben realizar.
“Ustedes son luz del mundo”
La comparación es obvia. Nadie enciende una lámpara para colocarla debajo de una mesa. Una ciudad situada en la cima de un monte no consigue quedar escondida. La comunidad debe ser luz, debe iluminar. No debe temer que aparezca el bien que hace. No lo hace para que la vean, pero lo que hace es posible que se vea. La sal no existe para sí. La luz no existe para sí. Y así ha de ser la comunidad: no puede quedarse encerrada en sí misma. “Brille así luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus obras y glorifiquen al Padre que está en los Cielos”.
En nuestro mundo se valoran mucho la riqueza, el poder y el control. Pero Jesús señala pequeñas cosas para enseñar valores más profundos. La comida preservada en sal, añade sabor al alimento si está preparado por un hábil cocinero/a. Pero su trabajo está escondido. Como sal de la tierra, podemos ser efectivos/as en llevar más sabor a la vida de los demás.
La luz no cambia una habitación: nos permite ver lo que hay en ella. Nos ayuda a apreciar lo que es bueno y hermoso, tal como facilita evitar escollos. Somos hijos de la luz; nuestras vidas están iluminadas por Jesús, la luz del mundo. Esta luz nos ayuda a ver la esperanza oculta de la gloria que está en nosotros. Así nos podemos regocijar, incluso en la oscuridad del mundo La sal purifica, sazona y conserva. Jesús, por nuestras vidas centradas en el Evangelio, quiere que seamos un distintivo condimento en nuestras comunidades.
Ten presente que cuando un cristiano no se preocupa de los otros, es simplemente una persona sin valor, buena para nada.
Padre Obispo Rubén González
OBISPO DE PONCE