Cada cuarto domingo de Cuaresma el color litúrgico en la iglesia cambia del púrpura al rosa y este día se conoce como el Domingo Laetare o Domingo de la Alegría. ¿Alguna vez se ha preguntado a qué se debe?
“Para la Iglesia, tanto la Cuaresma como el Adviento son tiempos de preparación, tiempos de espera. En el Adviento, nos preparábamos para la llegada del Mesías, el nacimiento de Jesús en Belén. Pero si Cristo no hubiera muerto y resucitado, en vano sería nuestra fe. Por eso ahora nos preparamos para la celebración más grande del cristianismo, la Resurrección de Cristo, particularmente en la Vigilia Pascual, donde pasamos de la oscuridad, a la luz de la Resurrección”, detalló Padre Luis Colón, semv, vicario general de la Diócesis de Arecibo.
Aunque desde siempre la Iglesia llama a sus fieles a la conversión genuina a partir del Miércoles de Ceniza que se promueve e inicia la práctica del ayuno, la abstinencia, y se enfatizan las obras de misericordia. Según, el sacerdote, particularmente en este tiempo no solo se pide la conversión, sino que se desea con el corazón. Motivo por el que se procura abstenerse del pecado y de todo aquello que aparte de Dios.
Sobre el ayuno, dijo que este “no es más que el signo externo de lo que ocurre en nuestro interior: dolor por nuestro pecado, arrepentimiento, queremos ser alcanzados por la Gracia de Cristo, morir al pecado, para resucitar con Él”.
Agregó que es en medio de ese caminar penitencial, en el desierto de la vida, que resistiendo las tentaciones del Maligno, aparecen en el Cuarto Domingo de Cuaresma las palabras: “Alégrate, oh, Jerusalén”, en latín Laetare Jerusalem, al inicio de la Misa. Sin embargo, cuestionó: “¿Cómo podemos conservar la alegría en medio del desierto, en medio de la espera, sabiendo que Jesús será traicionado y crucificado el Viernes Santo?”.
Según dijo, aún en medio de las tentaciones en el desierto Jesús perseveró. Incluso, a su entrada a Jerusalén sabía que lo traicionarían y matarían, pero a pesar de todo continuó su camino. Fue precisamente en “ese caminar y en medio del desierto que, luego de ser tentado, los ángeles llegaron a servirle. En medio de nuestro desierto espiritual, Dios también viene a nuestro auxilio, envía su gracia para darnos aliento y fortaleza para vencer al maligno. ¡Alégrate Jerusalén! Porque no importa cuán grande sea tu desierto en estos momentos ni lo que tengamos que pasar en el Calvario, resucitaremos con Cristo”.
Por eso, en el Domingo Laetare, cuyo jueves antes marca la mitad de la Cuaresma, la Iglesia alienta a los fieles con signos visibles, recordándoles esa esperanza en la temporada de penitencia. Es por ello que, como una pausa dentro de la espera ante el acontecimiento que se avecina, en la Misa resaltan signos similares a los utilizados en el Domingo de la Alegría en Adviento: flores sobre el altar, el uso del órgano en la Misa y la vestimenta color de rosa en vez de púrpura.
“De este modo, se contrasta el Domingo Laetare con el sentido penitencial de los demás domingos de la Cuaresma por lo que ha de ocurrir desde la traición del Jueves Santo, la Cruz y la soledad, pero alegría porque nuestra salvación está cerca y la muerte no tendrá la última palabra sobre nuestras vidas, porque Cristo ha resucitado”, precisó.
Nilmarie Goyco Suárez
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