(Segundo de dos artículos)
La economía conlleva elegir los medios que vamos a implantar para utilizar los recursos, las prioridades que vamos a establecer para la producción de bienes (ya que los recursos son limitados), y la forma en que vamos a distribuir esos bienes. La Doctrina Social de la Iglesia Católica, fundamentada en el Evangelio, plantea unos elementos indispensables en la formulación de política económica y en el quehacer productivo de una sociedad. Examinemos algunos de estos:
La primacía del hombre sobre la ciencia y la técnica – Los desarrollos tecnológicos deben estar al servicio de todos los hombres. Es importante evaluar cuando se decide realizar inversión en tecnología que no sirve al hombre: por ejemplo producción de armamentos, almacenamiento de embriones. De igual forma el conocimiento humano debe ser accesible a todos los pueblos y no convertirse en fuente de lucro desmedido.
Participación de los trabajadores en la empresa – Los trabajadores deben participar en la regulación de su trabajo y pueden convertirse en cogestores. La Doctrina Social de la Iglesia Católica también sugiere que, más allá de la co gestión, se debe buscar la co propiedad de los medios de producción y la participación de los trabajadores en los beneficios de la empresa.
Participación de los ciudadanos en la actividad económica general – La participación es no solo un derecho (derecho al trabajo), sino también un deber de justicia. El ciudadano tiene el derecho y el deber de ser el actor principal de su propio progreso. Para garantizar esta participación, la sociedad debe crear las condiciones y estructuras necesarias, sin excluir a nadie. La Doctrina Social de la Iglesia Católica es tan enfática en este punto, que define como un pecado social la exclusión de personas del mundo económico. Por esta razón una meta de la economía ha de ser minimizar el desempleo e incorporar a todos los hábiles en el proceso productivo.
La distribución ha de subordinarse a la producción – Si la producción no es suficiente para todos, hay que desarrollar mecanismos para satisfacer parcialmente las necesidades de todos. La distribución de bienes y servicios no puede dejarse llevar exclusivamente por los mecanismos del mercado, que provocaría que pocos tengan más de lo que necesitan, mientras otros carecen de lo necesario. Tiene que haber una intervención del gobierno para reducir la desigualdad en la satisfacción de necesidades, especialmente en lo que concierne a necesidades básicas. Entre las alternativas que puede considerar el gobierno se encuentran la legislación de subsidios o el mantenimiento de un sistema educativo y de salud accesible a todos.
La distribución debe ser justa – No debe promoverse la acumulación de riqueza en manos de unos pocos, mientras amplios sectores se encuentren sumidos en la pobreza y en condiciones indignas. Un sistema de transferencia de ingresos como sería un sistema contributivo progresivo (contribuye más el que más tiene) y sistemas de seguridad social para ancianos e incapacitados, son elementos que permiten que el gobierno apoye la distribución justa de lo que se produce.
Frente al consumismo, la codicia y la opulencia se debe mantener la sobriedad – La Doctrina Social de la Iglesia Católica nos alerta sobre la civilización del consumo. El desmedido deseo por consumir hace de los hombres esclavos de la posesión y del goce inmediato. Se llega a perder el verdadero sentido de la existencia, se busca el producir y el consumir como fines en sí mismos y la persona se preocupa principalmente por tener y disfrutar. Este materialismo desemboca en una radical insatisfacción. El consumismo produce una orientación persistente hacia el “tener” en vez de hacia el “ser” (DSI, 360). Para enfrentarlo es necesario desarrollar una visión integral del hombre, reconociendo la superioridad de las necesidades espirituales, orientar las opciones de consumo, al igual que las de ahorro e inversión y preservar el ambiente natural.
Frente a la competitividad, la solidaridad – Un sistema económico solidario es uno que reconoce que hay que apoyarse mutuamente. La solidaridad requiere un equilibrio entre las necesidades actuales de consumo y las inversiones para las generaciones futuras, así como también un reconocimiento de las necesidades de los otros y una actitud de donación de nosotros mismos ofreciéndonos al servicio de la comunidad y los necesitados.
La Doctrina Social de la Iglesia Católica dicta la ética necesaria para que las políticas económicas respondan tanto a la ley natural, como a la ley divina. Establece la forma en la que puede equilibrarse y estabilizarse un sistema económico. Como en todos los otros aspectos de la vida social, se respeta la libertad del hombre y de sus sociedades, para determinar la forma en que va a organizarse. Los juicios que se han emitido de diversos modelos económicos por el Magisterio de la Iglesia, históricamente han demostrado ser certeros. Sus guías se orientan al pleno desarrollo de las personas.