Personas ahogadas y con enfermedades han sido víctimas de los huracanes recientes en Puerto Rico, pero muchos puertorriqueños ven un vínculo entre esas muertes y la pobreza, según periodistas locales.
Durante una visita reciente por las montañas del centro occidental de Puerto Rico, Catholic News Service encontró a varias personas expresando apoyo de esta opinión.
“Uno tiene más probabilidad de morir en un huracán si uno es pobre”, dijo Ismael Pérez Acosta, de 71 años de edad, quien vive solo en una casa rural destartalada en Lares. Su casa de 87 años, casi completamente cubierta por el follaje, casi no se ve desde la carretera abajo. La pequeña estructura de madera deteriorada fue construida por su abuelo.
Pérez no tiene ingresos. Sobrevive de donaciones y distintos trabajos casuales. Su fuente de agua es un manantial que fluye al lado de su casa, una estructura que no tiene conexión eléctrica.
“Hay mucha gente como yo, que es normal vivir (bajo condiciones) como si un huracán pasara todos los días”, dijo Pérez, quien tiene algo de educación universitaria de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico en Arecibo. “Pero para muchas personas somos invisibles, aunque quizás seamos la mayoría (de la población de la isla)”.
La pobreza en Puerto Rico es en gran medida un legado muy poco mencionado de los tiempos coloniales, cuando la agricultura era la mayor fuente de riqueza de la isla, y se remonta tan atrás como la esclavitud. Muchos de los pobres de hoy día son descendientes de una clase obrera cuya posición se ha transformado desde la llegada de los españoles en 1493.
Esa línea comenzó con esclavos africanos negros y obreros españoles blancos. Los negros trabajaban mayormente en los campos de caña de azúcar en las bajas planicies costeras y los blancos cultivaban café y frutas en las montañas centrales. Después que terminó la esclavitud en 1873, la posición social de ambos grupos pasó por varios arreglos laborales-sociales con terratenientes ricos, incluyendo un esquema de trabajo sin salario a cambio del uso de un pequeño terreno para sembrar y vivir. Eran comúnmente conocidos como “arrimados” o “agregados”.
“Mi abuelo trabajaba en esta tierra y luego mi papá”, dijo Pérez, “primero como ‘medianero’ y después como ‘arrimao'”, viviendo en la tierra del patrono sin título pero asalariado.
José Pérez, quien no es pariente de Ismael, vive en el sector desaventajado de Guajataca de Quebradillas. El huracán María arrancó las ventanas de metal de su casa el 20 de septiembre mientras él estaba adentro.
“Yo estaba muy asustado oyendo el ruido y el viento, pero no quería dejar mi casa”, él dijo a CNS el 21 de octubre. “En medio de la noche sentí que mi colchón estaba mojado, pues me fui al otro que tengo (ambos en el piso) y ese también se mojó. Pues me acurruqué así en una esquinita y no más esperé”.
José Pérez también habló sobre la relación entre la pobreza y las muertes por huracanes.
“Nosotros los pobres sí sufrimos más que los demás porque no tenemos dinero antes de los huracanes ni después de los huracanes”, él dijo. “Morimos más en huracanes porque no tenemos (los medios) para protegernos. Las vidas de nosotros antes de los huracanes y después de los huracanes son iguales”.
Con la carretera principal siguiendo una quebrada, la zona de Guajataca prácticamente se convirtió en un enorme lago de lodo durante las inundaciones del huracán María. Semanas más tarde las reducidas aguas revelaron varios vehículos abandonados que terminaron estancados en el follaje.
Guajataca fue declarada una las zonas más peligrosas de Puerto Rico después del huracán María, debido a que una represa cercana amenazaba desplomarse, lo cual hubiese arrasado miles de viviendas. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos se encargó de la situación y estaba trabajando en las reparaciones necesarias.
Igual que mucha gente en el centro de Puerto Rico, José Pérez tenía parientes en la zona pero a través de los años la mayoría de ellos se fueron de allí. Muchos se trasladaron a Arecibo y San Juan, pero más recientemente la mayoría se mudaron a los Estados Unidos continentales.
“Tengo parientes por aquí, pero la mayoría de mi familia se mudó a los Estados Unidos”, él dijo, “y esta casa, como quien dice, la abandonó una de mis hermanas”. Aunque la casa obviamente tenía daños antes del huracán María, al momento la casa estaba completamente vacía, solo había una pequeña estufa de gas keroseno. Él dijo que parientes y amigos van por allí de vez en cuando para llevarle comida “y otras cositas”.
“En estos tiempos paso mis días aquí a ver qué pasa”, él dijo, “y los domingos voy a la capilla (católica) por allí hacia arriba, donde me dan un buen almuerzo”.
Según estadísticas del 2016 de la Oficina del Censo, unos 1.5 millones de puertorriqueños — el 43 por ciento — viven bajo el límite de la pobreza de Estados Unidos, casi el doble de Mississippi, el estado más pobre de Estados Unidos. Las cifras del censo también muestran que el 55 por ciento de las personas que tienen 16 años de edad o mayores estaba empleado antes del huracán María. El Departamento del Trabajo de Estados Unidos muestra que la tasa de desempleo en Puerto Rico era 10 por ciento.
Aunque localmente la pobreza es comúnmente considerada como un problema rural, también se extiende hacia las ciudades de Puerto Rico. San Juan, donde turistas solamente ven las zonas nítidamente conservadas, tiene secciones severamente desaventajadas económicamente.
A unos pasos al oeste del capitolio territorial, por ejemplo, el vecindario La Perla es un recordatorio constante de la presencia de la pobreza. Ubicado en una estrecha franja de terreno expuesta a las amenazas del océano fuera de las murallas de la ciudad, La Perla creció en el siglo 19 como el lugar para alojar a los esclavos libres, los sirvientes domésticos, el matadero y el cementerio de la ciudad.
Otro lugar cercano de pobreza es la comunidad Caño Martín Peña donde se ven los efectos del éxodo del campo durante la década de 1930. Apareció en el programa “PBS NewsHour” en 2016, en el cual se dijo que “la zona está desparramada con basura, es un criadero de mosquitos y es un peligro para la salud de los vecinos cercanos. Debido a la reducción del ancho del caño a través del tiempo, la zona está sujeta a inundaciones frecuentes, incluyendo de aguas residuales sin procesarse de edificios que carecen de instalaciones sanitarias”.
La Perla y Martín Peña están entre los vecindarios que han sufrido más daños por huracanes.
“Los que son pobres tienen poco dinero”, dijo Ismael Pérez. “Poco dinero nos da casas débiles; las casas débiles no aguantan un huracán; más gente muere en casas débiles … por eso la pobreza es la causa de la mayoría de las muertes (durante un huracán).
(Por Wallice J. de la Vega | Catholic News Service)
(Fotos: CNS)