Los trágicos sucesos de la Semana Mayor encuentran su significado luminoso en la Resurrección del Señor. Él vive, esparce luz, refleja paz. Ante el pesimismo, filtrado por los amigos íntimos, surge una orientación nueva, un matiz no antes visto. Es la fuerza el amor intachable, de la verdad liberadora, del anhelo de ver más allá, donde el cielo y la tierra agrupan el amén de lo justo y lo santo.

     La Resurrección de Cristo es una invitación a transformar el mundo, a hacer que la justicia brille e imponga su poderío basado en dar a cada cual lo suyo. No es una utopía, ni una fantasía. Es el ideal cristiano que está adherido a una libertad, a un ideal que sobrepasa todo lo que el mundo propone.

     Es el pueblo cristiano el heredero de la belleza que sana, de los afectos y cariños más significativos. No hay diplomacia más audaz que la que porta el Resucitado para dotar de paz al mundo entero, para aliviar el llanto. Se acabaría la guerra si su oferta de paz fuera la medicina más anhelada de los Países en discordia. Esta paz no puede ser balanceada en el mercado internacional. La oferta es de corazón a corazón. 

     Se cae en el pesimismo si se valora todas las ofertas de paz sin hacer referencia a la paz de Cristo. Es un mero derroche de instintos y estrategias, si falta la buena voluntad y el deseo de hacer la voluntad del Señor Jesús y especificar el amor, la justicia, la dádiva como pasaporte al mundo nuevo. El sí poderoso debe ser una exclamación virtuosa que equilibra a la humanidad con un sistema de altos vuelos humanos y fraternales.

     Son tiempos ásperos, explosivos; Gime la naturaleza, Lloran los océanos, clama el ser humano por la esperanza, virtud que nos habla del mañana, del tiempo con abolengo de resucitados. Tener un fino instinto para descifrar los enigmas, nos ayudará a no caer victimas de falsos dioses que merodean por todas partes.

     Unirse a la causa del Resucitado equivale a tener el mismo corazón, a heredar sus principios y sus actitudes ante el mal, el dolor y la muerte. Aferrarse a falsos dioses  es fomentar el desequilibrio, la  dejadez, la desilusión. Ser compañero del Señor Resucitado resulta en obtener la franquicia de aquellos que en las buenas y en las malas ponen su confianza en el Señor dador de todo bien.

     Vivir la resurrección de Cristo es vislumbrar el día nuevo. La familia entera, cobijada de la luz que viene de lo alto se equilibrará en el bien y cantará el Aleluya que sana ennoblece. Es el Señor Resucitado el que nos habla, nos bendice, nos convoca a una vida mejor más a tono con el pensamiento de Aquel que murió por nosotros y vive en nosotros.

     Son días de júbilo, de gran  esperanza. Es el tiempo de cultivar la honradez intelectual y la virtud cristiana. El Señor nos invita a la gran fiesta de la paz, la justicia y el amor. Somos hijos de la resurrección que el mundo  sepa que Cristo ha resucitado, que vive entre nosotros. Mira a tu alrededor y notarás que Cristo está muy cerca, que el bendice tu corazón lleno de esperanza.

Padre Efraín Zabala

Para El Visitante 

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