P.  Pedro Rafael Ortiz


 

La crisis que vive Puerto Rico tiene su rostro concreto. Pero no es el de algún Míster que desde Washington o Nueva York pueda creerse que es el dueño del mundo.

Tampoco tiene el nombre de algún don Fulano de Puerto Rico que se crea el amo del país o que quiera quedarse con la riqueza. La crisis que vive Puerto Rico tiene nombre y apellido y es el de todos y cada uno de nosotros. Poco importa, ante la situación de zozobra que vivimos, si el agua está entrando por el camarote de uno o del otro, porque lo que se hunde es todo el barco. O salvamos el barco, o nos hundimos todos.

Tiene rostros concretos porque las consecuencias de este desastre económico, político y social llegan de manera diferente y particular, pero sin escapatoria, a cada uno de nosotros. Igual que cuando hay una sequía el agua se hace escasa para todos, así mismo ocurre con este otro tipo de sequía por la que el país está pasando.

Pero antes de seguir quiero pedir permiso para hacerles un relato que es de la vida real. Ocurrió lejos de Puerto Rico, en Afganistán, hace algunos meses.

La organización Médicos Sin Fronteras tenía un hospital en una ciudad que se había convertido en frente de guerra y allí se atendía a enfermos y heridos de todos los bandos, combatientes o civiles. Como precaución, habían avisado dónde estaba el hospital y habían conseguido garantías de que ninguno de los bandos lo atacaría. Pero un día, sin aviso, llegaron los aviones y comenzaron a tirar bombas. Tan pronto pasó el primero, Médicos Sin Fronteras llamó al comando militar para avisar que estaban bombardeando el hospital. Quien fuera que tomó el mensaje por teléfono, lo pasó a sus superiores. Pero parece que todos estaban demasiado ocupados con cosas que creían mucho más importantes que salvar las vidas en el hospital. Las bombas siguieron cayendo, destruyendo el edificio, convirtiéndolo en un infierno de fuego. Médicos, enfermeras y pacientes morían sin cesar. Hubo pacientes que perdieron la vida calcinados en las camas, de las que no podían moverse. Lo que hubiera hecho falta era una orden de cese al fuego para que los aviones regresaran a la base. Pero esa orden no se produjo.

En Puerto Rico haría falta una orden de cese al fuego para que los magnates de Nueva York y los súper poderosos de Washington detengan el bombardeo que está descuartizando al país. Pero al parecer, allá tienen cosas que hacer que consideran más importantes. Al parecer, los que quieren cobrarle al que no tiene con qué pagar y los que quieren mantenerse como dominadores a costa de lo que sea, no tienen tiempo para otra cosa. Ambos ofrecieron villas y castillas de dinero y de poder y prometieron estabilidad y abundancia, pero todo era una gran falsedad. Vendieron la idea de que, adorando al becerro del oro, el país estaría mejor y hoy estamos cosechando el producto amargo de años y años de idolatría.

He planteado estas cosas a modo de marco general. Dentro de eso, tenemos un asunto urgente. Los avisos de que vienen recortes en los servicios de hospitales, médicos y medicinas anticipan una tragedia real para muchos, todos con nombre y apellido. Quiero ser sincero, aunque me cueste. La exigencia de ciertas empresas privadas de que se les garantice sus ganancias o dejan de atender a los pobres, no es algo que yo comparta. Creo que eso es un chantaje. Pero sí comparto el reclamo de que un paciente que se quede sin servicios médicos es demasiado. Una sola vida que se pierda porque no hay dinero para pagar es demasiado, es un crimen.

Tenemos que organizarnos. Tenemos que unirnos. Tenemos que ir todos juntos a defender a los más pobres, a defendernos a todos.

Pero ojo. En las lecturas de hoy se nos hace un llamado. Si quieres el bien, haz el bien. No se trata de ser famoso, de que nos aplaudan porque nos exhibimos para que todos vean que hacemos el bien. Mucho menos se trata de construir más castillos falsos para engañar a la gente y fomentar de nuevo las idolatrías. Se trata de un llamado a ver cómo es que trabaja el Dios de la Historia, el Dios verdadero, el que creó cielos y tierras. Su trabajo es el amor. Con eso creó todo el Universo y eso es lo que tenemos que ofrecernos unos a otros. Es bueno dar de lo que sobra, pero es mucho mejor dar de lo que nos falta. Cuando damos de lo poco que tenemos, cuando compartimos eso que es escaso, de pronto comenzamos a descubrir la gran abundancia, lo mucho que en realidad tenemos para la convivencia. Me dirán que lo que he dicho es algo demasiado sencillo. ¡Pues eso es muy bueno! Lo poco que pudo dar la viuda fue grato a los ojos de Dios.

Para cerrar este mensaje, quiero leer unas palabras del Papa Francisco, que, en mi opinión, están muy a tono con lo que estamos viviendo. Ayer, el Papa Francisco dijo: “Pensemos en los derechos basados en la persona humana y en su dignidad trascendente, con atención privilegiada a la asistencia, a la maternidad, tutelando la vida que nace. Que nunca falte el seguro para la vejez, la enfermedad y los infortunios laborales”.

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