Los ojos del mundo tienen especial atención en la península coreana en la actualidad ante la realidad de un potencial conflicto bélico. No obstante, de esas tierras surgió uno de los testimonios más heroicos de fe católica. La sangre de mártires cimentó las columnas de la Iglesia Católica en Corea, una de las más fuertes de Asia a pesar de que en Corea del Norte la fe católica es prohibida.

A inicios del siglo XIX comenzaron a llegar los misioneros católicos a la península coreana y con ellos la cruda persecución. En ese entorno nació Andrés Kim Taegon en 1821 proveniente de una familia católica conversa. El Padre de Andrés, Ignacio Kim, fue brutalmente martirizado en la persecución en el 1839.

Según el portal corazones.org, el joven coreano, bautizado a los 15 años, viajó 1,300 millas hasta el seminario en Macao (entonces una colonia portuguesa en territorio chino), años más tarde fue ordenado en Shangai y se las arregló para regresar a su tierra natal. Así se convirtió en el primer sacerdote nacido en Corea.

A sus 25 años P. Kim tenía de tarea allanar el camino a los misioneros para la evangelización de Corea. Sus compañeros vigilaban la costa para evitar los guardianes, torres de vigilancia y demás patrullajes para que los misioneros llegaran seguros por vía marítima a las costas coreanas. Una noche de 1846 todo salió mal y la peligrosa encomienda llevó a Kim y sus compañeros a pagar con sus vidas, a no abdicar a la fe y defender el credo católico hasta la muerte. Esa tarde P. Kim y su compañía fueron descubiertos, arrestados, torturados y decapitados a las orillas del Río Han. San Pablo Chong Hasang, un joven seminarista fue uno de los mártires al lado de P. Kim.

San Juan Pablo II celebró la canonización de San Kim y otros 102 mártires el 6 de mayo de 1984 en Corea. Fue la canonización con mayor cantidad de mártires hasta ese momento histórico. “La Iglesia coreana es única porque fue fundada completamente por laicos. Esta Iglesia incipiente, tan joven y sin embargo tan fuerte en la fe, soportó ola tras ola de feroz persecusión. De manera que en menos de un siglo podía gloriarse de tener 10 mil mártires”, dijo el Papa el día de la canonización.

El legado espiritual para la Iglesia Universal fue la fe firme de San Kim y la de sus compañeros frente al martirio. Su deseo de evangelización fue tal que no desistieron frente a las adversidades, incluso al miedo de la muerte por la persecución. Por tal valentía de defender la fe hasta la muerte, la Iglesia celebra la fiesta de San Kim y sus compañeros mártires el 20 de septiembre.

 

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