Hace años escuché en la Catedral de Boston una homilía que me impresionó profundamente. La Arquidiócesis estrenaba obispo luego de pasar por uno de los episodios más duros del escándalo de los abusos por eclesiásticos en EEUU. El ambiente en la calle era de reproche y denuncia. Entre los participantes en la solemne liturgia había una mezcla de tristeza y esperanza. El nuevo obispo, de ascendencia irlandesa, comenzó relatando la historia de aquella bellísima Iglesia que nació para sustituir la vieja y ya insuficiente catedral de principios del s. XIX. En su construcción, nos dijo, trabajó principalmente la numerosa comunidad de católicos irlandeses que se habían asentado en la ciudad. Allí se encontraron con una fuerte oposición, por ser católicos, inmigrantes y pobres. La infinidad de vejaciones sufridas, incluso su manera peculiar de hablar el inglés les convirtió en objetivo de eso que en inglés se llama bigotry, una mezcla de fanatismo, racismo e intolerancia. Eran caricaturizados como católicos recalcitrantes, pelirrojos de rubicundas mejillas y amplio vientre, bebedores, de familias numerosas y de genio violento. Es por eso, que cuando tuvieron la oportunidad de construir la nueva catedral, pusieron todo el empeño en levantar un gran templo, que reflejara lo mejor de su naturaleza emprendedora, que manifestara la fuerza de su fe y la belleza del culto católico. Una manera de decir, aquí estamos y aquí nos quedamos. En el arco de entrada utilizaron ladrillos del convento de las ursulinas, quemado por el fanatismo anticatólico y el título de la Santa Cruz fue estandarte y símbolo de lo vivido, de sus sufrimientos y de la fuerza de una fe que sabe abrazar el dolor como escuela de redención. “Por la Cruz a la Luz”. Al terminar aquella homilía sentimos como si una fría neblina empezara a disiparse. La Cruz volvía a ser faro, no instrumento de muerte.
La Santa Cruz también fue elegida titular de esta Iglesia, pero antes dio nombre a un ingenio y su trapiche donde, junto a la caña de azúcar, se sacaba el jugo a los peones, esclavos en su mayoría. Allí guarapo y sudor se mezclaron para producir la melaza agridulce que fecundó estos extensos valles, donde el trabajo duro era al mismo tiempo fuente de dolor y redención. Hubo otros ingenios y otras advocaciones, pero solo la Santa Cruz quedó prendida en el corazón y en el imaginario de los pobladores de Bayamón, tan expuestos a mil vicisitudes sociales, políticas y naturales. Cuando se impuso la necesidad de trasladarse, la gente deja el trapiche atrás, pero se lleva la Santa Cruz para sembrarla, junto a la primera piedra, en el sitio donde se asentaría la futura ciudad. […]
Aquí la Cruz echa raíces, se hace fuerte y da fuerzas. En ella se forja la reciedumbre de un pueblo cristiano. Desde este altozano entre dos ríos se sienten llamados a construir un mejor futuro para todos. También se hace ciudad al andar, pero juntos, en sinodalidad.
Es justo recordar hoy a la gloriosa Orden de Predicadores. Sus frailes han atendido esta parroquia, de manera intermitente en el pasado y luego de forma estable y son tan bayamoneses como el sabroso pan de hogaza, blanco como su hábito, que se parte y se reparte. […] Gracias, queridos padres dominicos por compartir con nuestro pueblo su carisma resumido en tres palabras: Alabar, bendecir y predicar.
Felicitaciones también a ustedes, la gente buena de Bayamón que colocaron la Santa Cruz no solo en lo alto de este cerro y de este templo, sino también la han esmaltado indeleblemente en su noble escudo y bordado en su bandera. Esa misma cruz que se yergue en uno de sus mogotes donde la ven, enhiesta y gloriosa, quienes atraviesan su municipio desde el norte. Solo Dios sabe cuántos, al mirarla, se habrán sentido animados y fortalecidos, pues no se puede ver la Santa Cruz sin recordar a Aquel que en ella padeció y triunfó sobre la muerte y el mal. […]
Ciudad de Bayamón, feliz ciudad de la Santa Cruz. “Con este signo vencerás, ahora y siempre”.
(Nota: Fragmento de la homilía por el 250 Aniversario de fundación de la parroquia)
Mons. Alberto A. Figueroa Morales
Obispo Auxiliar de San Juan