II Domingo dentro de la octava de Navidad-Ciclo A

Contexto

Habiendo celebrado la octava de Navidad, seguimos gozando de este tiempo de la santa Navidad hasta la fiesta del Bautismo del Señor. Este domingo es como un eco de la misa del día de Navidad, por ello sigue resonando en nuestros oídos la idea de la Sabiduría (cf. Eclo 24, 1-4. 12-16), la Palabra y Verbo de Dios que se ha encarnado (cf. Jn 1, 1-18) y ello para concedernos la gracia de ser hijos en el Hijo (cf. Ef 1, 3-6.15-18).

Reflexionemos

La primera lectura nos habla de la sabiduría de Dios, que ha establecido su morada entre los seres humanos. Este es uno de esos pasajes en los que podemos echar un poco de imaginación y usarla para bien, como enseña S. Ignacio de Loyola, así como a veces la usamos para mal.

Podemos imaginarnos ese diálogo intratrinitario en el que el Hijo eterno oye al Padre pedirle que se encarne, que baje a la tierra que ellos mismos dieron a su pueblo elegido para cumplir las profecías que ellos mismos inspiraron por su Espíritu. El Verbo que con el Padre creó, que es luz y vida, al encarnarse echa raíces en su pueblo, se hace verdadero hombre asumiendo una historia familiar, nacional, cultural, etc. El Unigénito de Dios Todopoderoso, al encarnarse, cumple las Escrituras, pero con ello nos deja perplejos pues el omnipresente se hace limitado espacialmente, el omnipotente se hace dependiente e indefenso, el omnisapiente asume una mente humana que tiene que aprender. Este es el gran misterio de la Encarnación ante el cual nunca dejaremos de sorprendernos.

El pasaje de la carta de Pablo a los efesios nos da la buena noticia de que en Jesús hemos sido hechos hijos de Dios. A su vez vemos otras consecuencias de la Encarnación. El Divino se anonada para que los que somos finitos, limitados, frágiles, pecadores, ignorantes, etc. seamos capaces de ser santos, irreprochables, y, sobre todo, poder ser hijos de Dios.

Ante tanta generosidad divina, ¿qué podía esperarse de Israel, de nosotros, de la humanidad? Gratitud, asombro, correspondencia amorosa… pero no, “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; la tiniebla no quiso recibir esta luz bendita; el mundo no conoció la Palabra creadora”.

Antes la respuesta trágica de la humanidad, el Verbo mantiene su unión con ella por medio de la naturaleza humana que asume. El Señor ha apostado por nosotros, por ello se ha unido perfectamente a la humanidad, aunque esta no le reconozca o acepte en su mayoría. Esa es otra de las consecuencias de haber asumido la naturaleza humana perfectamente para bien de toda la humanidad, aún de quienes no le conozcan.

A modo de conclusión

Cada tiempo litúrgico fuerte tiene su gracia especial. La gracia principal de la Navidad es la gracia de ser hijos de Dios.

¿Cuán conscientes somos de los dones que Dios nos da? ¿Cómo correspondemos a tanta bondad y generosidad? En Navidad regalamos porque Dios nos regaló primero, pero ¿nuestros regalos sirven para rememorar esa dádiva divina?

Podríamos proponernos que nuestros regalos no fueran una ofensa para los más pobres (lo que sucede sobre todo si nuestros regalos son un despilfarro); pero no solo eso, sino que nuestros regalos puedan llevar a los que les regalamos a vivir la razón de ser de la Navidad.

Los regalos de Dios son insuperables, obviamente es Dios. Pero nosotros que somos su imagen y semejanza tratemos de trabajar este tema y si bien no todos nuestros regalos pueden ser sobrenaturales, no dejemos de aprovechar el don de la filiación divina y tratemos que algunos de nuestros regalos ayuden a otros a vivir ese u otros dones de Dios.

Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante

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