(Sexto de varios artículos)

El tiempo que estuvo en África fue un tiempo especial para Padre Rafael “Felo” Torres Oliver, C.Ss.R, quien celebró recientemente sus 60 años de religioso y 55 de sacerdote. Tras la experiencia que vivió en Haití y la muerte de Elí, fue a realizar sus ejercicios espirituales ignacianos. La frase vamos a la otra orilla tuvo eco en él. Aquella voz interior tan persistente parecía le pedía cruzar el océano. El llamado fue confirmado cuando se dio la oportunidad en la Congregación, de ir a África y a sus 54 años se le envió como misionero a Níger y Burkina Faso.

Fue una década de grandes frutos espirituales. Pero todo inicio es duro. En la despedida su familia lloraba. Pensó: “¿Y si me da un dolor de muelas? Allá no habrá farmacias”. Pero cuando el vuelo salió, todas las dudas se quedaron en el aeropuerto. Había muchísimo trabajo; tenían 12 novicios, se construían capillitas, pozos de agua, la catequesis, la alimentación, la predicación… Sabía francés y tomaba clases para aprender una lengua nativa. Practicaba un proverbio al día porque quería un poco de la sabiduría africana.

Ese primer año enfermó del estómago. Cuando le iban a dar un remedio en el hospitalillo huyó desesperado. “Me di cuenta que estaba sordo y mudo”, recordó. Caminó sin rumbo bajo el sol hasta encontrar un mercado. Había cientos de personas negociando gallinas, cabras, vegetales y productos bajo el sol abrazador. El colorido y los aromas eran exuberantes. Nada de electricidad ni asfalto. Con un dolor en el estómago lo único que anhelaba era un refresco frío.

Bajo un árbol alguien le gritó llamándolo nazara, que significa “extranjero” o “cristiano”. El único blanco era él. Fue donde el joven sentado con vestimenta musulmana y piernas recogidas. Se llamaba Sean (en español Juan), lo miró y le dijo con fuerza el proverbio Abdullah calsulu, en español “el que tiene paciencia adquiere verdadera sabiduría”. Adolorido le agradeció y al saludarlo se percató que el joven no tenía manos ni pies.

Así pudo renovar su vocación misionera al servicio, lavando ropa, limpiando, construyendo, en la formación, en la catequesis y en todo lo que se presentara. La huella que dejó el pueblo africano en Padre Felo es imborrable. ■

Enrique I. López López
e.lopez@elvisitantepr.com
Twitter: @Enrique_LopezEV

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