(Homilía de la misa exequial de P. José Acaba el sábado, 30 septiembre en la Catedral Nuestra Señora de la Candelaria en Mayagüez)

Se dice desde ahora que los muertos, se han muerto en el Señor. Sí dice el espíritu, que descansen de sus fatigas pues sus obras nos acompañan, Apocalipsis 14, 13. Nos congregamos como fieles discípulos de Jesucristo muerto y resucitado. Confesamos vivamente que la muerte no es el final, sino el comienzo de la vida en plenitud. Como nos dice el libro de Sabiduría “las almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento”. Con el salmista entonamos un himno de alegría porque nuestra meta es la casa del Señor. Las pruebas del camino de la vida nos fortalecen, quien vive creyendo manifiesta con su existencia que nada ni nadie podrá faltarnos del amor de Cristo.

Llegó hermano para ti el atardecer, solo te adelantaste en el camino, peregrinamos juntos poco más de 40 años. Nos encontramos en el Seminario Regina Cleri, en el germinar de nuestra vocación sacerdotal. Desde entonces, como tantas veces cantamos en nuestro seminario en España, “nos hicimos mucho más que compañeros, que se fugan de las clases de latín”. Fuiste ordenado para siempre el 5 de agosto de 1982, hace apenas un mes y medio, nos convocaste para celebrar 35 años de ministerio. Muchos sentimos que fue el modo en que quisiste despedirte de cuantos habíamos sido parte de tu historia humana y sacerdotal.

Humanamente duele y desconcierta tu partida, sabemos que tenías ilusiones, sueños, expectativas, sobre todo cuanto en tu ya viaje final, esperado y sorprendente arribaste en agosto pasado a la parroquia Santa Rosa de Lima en Rincón. En tu juicio personal ante el Dios soberano, Padre Misericordioso, cuanto proclamaste en el Año de la Misericordia, el estribillo “misericordiosos como el Padre”. Seguro han resplandecido las obras de los justos. Tu ministerio sacerdotal fue proclamación afectiva y efectiva de su misericordia. En cada comunidad parroquial fuiste inventivo y embelequero, procurando que el mensaje evangélico fuese atrayente y cautivador. Aunque no pocos te tildaron de protagonismo, tu intención fue siempre que el Evangelio cautivase el corazón. No tuviste por ello dificultad alguna en insertarte en la reciente empresa de la nueva evangelización con nuevos métodos, ardor y entusiasmo. Conectaste con los esfuerzos que en América Latina se suscitaban para llevar el anuncio a los alejados, excluidos y señalados por ir contracorriente. Fuiste pionero en la Diócesis, plantando un nuevo camino de preparación en el matrimonio, estando de párroco en San Antonio de Abad de Añasco, iniciaste este novedoso camino que ya el entonces Padre Iñaki Mallona, luego Obispo de Arecibo, había iniciado siendo párroco de San José de Lares. En este empeño estuviste mano a mano con Jorge Iván Vélez Arocho y su esposa Angie. Admiraste al Beato Oscar Romero y sé cuánto disfrutaste de haber sido testigo de su beatificación en San Salvador. Entendiste bien que solo podemos ser testigos de Jesucristo, insertándonos en la cultura, conociéndola, amándola y construyéndola desde la fuerza purificadora del Evangelio. Y toda cultura reclama acciones proféticas decididas y valientes. Nunca podemos ser verdaderos sacerdotes si somos perros mudos como advierte la escritura. Estuviste entre los que anticipaban los tiempos, la Asamblea de Aparecida y la Evangelii Gaudium, nos animan a una conversión pastoral, no dejar las estructuras caducas e ineficaces. Fue parte de tu empeño, aunque ello acarreara incomprensiones, críticas y tensiones.

Pasaste como pregonero ilusionado, vanguardista y alegre, el humor fue parte de tu existir. Contigo la vida fue fiesta, en tu familia, en las comunidades que registe, en los años de tu ministerio, siempre fuiste organizador y alma de las fiestas. Cuánto gozamos las compras de aquellos años iniciales del ministerio, claro no faltaba la picardía, sí la ironía como nos decía el recordado Monseñor Francis López, conservaste el humor hasta el final. En una de mis visitas en las pasadas semanas, a la que fue tu casa en esta última etapa, en el rosario ya postrado ante tu debilidad, te saludé diciéndote: “¿Hermano cómo andas? Tu inmediata respuesta que provocó risotada, fue: “Andar, andar no ando, por lo demás bien”. Hoy te entregamos al Dios misericordioso y fiel, tenemos la certera esperanza de que, en tu juicio particular, ya el Señor te dijo: “Ven al banquete de la vida, ven bendito porque amaste. Gracias a Nuestro Salvador por el don tu vida y sacerdocio. Extrañaré tu saludo de hermano, tu abrazo y fuerte apretón de mano. Cada vez que oré con el Salmo 44 en la víspera del lunes de la segunda semana del salterio sonreiré al recordar tu frase preferida en aquel inolvidable retiro, “eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia”. Cuando desentone al cantar reiré y remontare aquella llamada de atención equivocada: “Acabá para ser músico cómo desentonas”. Gracias hermano por ofrendar tu vida por amor, gracias porque nos diste cátedra al sufrir con gallardía, no te rendiste, luchaste hasta el final, creíste, confiaste sin dejar de abandonarte a quien te creó para él. La eucaristía que tantas veces presidiste y ofreciste por tu pueblo es prenda de vida eterna. Ahora ya vives en la presencia de la Trinidad Santa. Nosotros ahora en el altar, también proclamamos que no hay muerte para el que cree, por ellos creemos que hoy las puertas de la nueva ciudad se abren para ti, hasta el cielo hermano.

(P. Edgardo Acosta)

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