El día 8 de septiembre, muchos pueblos, parroquias y comunidades, se levantan celebrando a la Virgen Santísima en el misterio de su Nacimiento. Nuestro pueblo la celebra también en la dulce advocación de la Virgen de Monserrate. La expresión morena de su rostro ha consolado por siglos los ruegos de este pueblo nuestro que no queda defraudado cuando acude a Ella. Han sido muchas las generaciones que han levantado su mirada hacia la Virgen Negra, meta de nuestros ruegos.
Así ha sido desde el siglo XVII, cuando María Santísima posó sus pies sobre nuestra tierra. La peligrosa bravura de un toro afilaba sus astas mortales sobre la vida de Gerardo González. El trabajo cotidiano del campo sobre las lomas de San Germán lo condujo al borde de la muerte. Viéndose desesperado exclamó esa oración que ha repetido el pueblo puertorriqeño desde hace siglos: “¡Favoréceme, Divina Señora de Monserrate!”.
Y como no podía ser de otra manera: la Madre de Dios respondió con su Hijo Jesús en brazos. El Niño, con su dedo omnipotente ordenó la derrota de aquel toro bravo. Es el “Milagro de Hormigueros”, inmortalizado en nuestra historia. Allí Jesús nos dice lo mismo que en la profecía de Miqueas: “Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y este será nuestra paz”.
Esta es entonces una imagen muy actual. Santa María de Monserrate es hoy más pertinente. Hoy nos amenazan las astas asesinas de la desesperanza. Son los cuernos malignos de la fatiga crónica que nos impide descubrir la Presencia de Dios en medio de nuestro pueblo… Pues en esta realidad dolorosa aparece la ayuda de la Virgen Santísima que nos ha acompañado desde siempre. Por eso es oscura la tez de la Virgen de Monserrate, porque se viste de nuestros ruegos y esperanzas. No puede ser otro el color de María Santísima. Ella sabe lo que es buscar y hallar a Dios bajo el sol de la vida diaria.
Ésa es la promesa del Evangelio precioso de hoy. En medio del descampado de esta tierra amenazada y amenazante, el dedo poderoso de Jesús armoniza el corazón. Ya no nos asustarán las bravuras y cornadas del mal porque sabemos que la Virgen Santísima nos trae a Jesús, el Emmanuel con su mismo mensaje desde hace siglos: Él es “Dios con nosotros”… “¡Favorécenos, Divina Señora de Monserrate!”. Amén.
(Padre José Cedeño Díaz Hernández, S.J)