(Última de dos partes)
Comprometerse. Si se ha caído en corrupción institucional, entonces es preciso que cada uno, individualmente o en comunidad local, se esmere con su ejemplo de vida, dar testimonio de credibilidad en cuanto a honestidad, justicia y ante todo solidaridad con los más vulnerables. Hemos de combatir las tendencias que facilitan la corrupción, como la competitividad y en su lugar fomentar la cooperación, como el egoísmo y cultivar el altruismo, favorecer los bienes espirituales en las relaciones interpersonales sobre las posesiones materiales, y en general privilegiar un estilo de vida centrado en la dignidad de la persona y no en las posesiones para vivir frugalmente y libre de la ambición por el lujo y el poder. En síntesis, se trata de vivir según el modelo del Servidor de todos atentos a las necesidades de su prójimo aun sacrificando su placer y gusto.
Si se ha violado de privacidad y la integridad de otros, hemos de velar por la confidencialidad de los que otros comparten con nosotros. Es preciso acentuar que la dignidad de la persona no depende de su posición social, económica o estilo de vida. La dignidad es intrínseca a la persona por el mero hecho de existir como tal. La persona no se evalúa según su acuerdo o no con las propias perspectivas. Quien opina contario a los que uno atesora no es un adversario sino una ocasión para reevaluar la propia opinión y tal vez enriquecerla como un complemento.
Si bien estas consignas nos parecen utópicas o inalcanzables, no olvidemos que la Señora de la Divina Providencia nos cobija, fortalece y acompaña en esta hora compleja y casi trágica de nuestra historia patria.
Nuestra maestra en la fe práctica en la Divina Providencia es María Madre de la Iglesia y de la Divina Providencia.
En el Ecce ancilla Domini. Fiat mihi secundum verbum tuum, la Santísima Virgen revela la certeza y seguridad de la vida personal del ser creado, en la entrega sencilla y confiada de todo su ser a la eterna voluntad de Dios. En la aceptación de su instrumentalidad y dependencia de Dios, la Santísima Virgen muestra el antídoto contra toda incredulidad. En ella aprendemos a trascender la autosuficiencia y ese espíritu crítico, que es falta de discernimiento de lo que se puede cuestionar y lo que se debe aceptar con admiración. En ella no hay señal de ansiedad ni pesimismo ante lo inescrutable, sino confianza sustentada en la fe filial en un Dios que es Padre.
Con su vida de acuerdo con la fe práctica en la Divina Providencia, la Santísima Virgen nos enseña cómo vivir en esta tierra, pero con la mente puesta en el Cielo, porque el origen de todas las ideas está en la inteligencia divina, el sustento de todo bien está en la Bondad Suprema y todo orden deriva su razón de ser de la voluntad de Dios. Así pues la vida se convierte en una anticipación del Cielo. Nuestra responsabilidad es, precisamente, transfigurar este mundo para realizar en él la Ciudad de Dios. ■
Hna.Elena Lugo, Ph.D.
Intstituto Pedagógico Padre José Kentenich
Para El Visitante