“Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna». Jesús le dijo: «También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios”. (Mt. 4, 5-7)
La Palabra de Dios nos confronta con las Tentaciones de Jesús en el desierto. Todos los años los sacerdotes en las misas explicamos a los feligreses qué significan las tres tentaciones, pero muchas veces la gente como que no entiende o no lo entran la explicación del sacerdote. La tentación que menos la gente entiende es esta tentación, la segunda según San Mateo, o la tercera según San Lucas. Esta tentación significa no ponernos deliberadamente y sin razón en situaciones de peligro, con la excusa de que Dios nos va a proteger. Esto es tentar a Dios. ¿Qué hizo Satanás con esta tentación? Hacer precisamente que Jesús se pusiera en una situación de peligro, para obligar a su Padre salvarlo. Al hacer esto, Satanás cita el salmo 91, que comienza: “Tú que vives bajo la protección del Dios altísimo y moras a la sombra del Dios omnipotente, 2.di al Señor: “Eres mi fortaleza y mi refugio, Dios mío, confío en ti”. El versículo en cuestión, “A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna». Jesús le dijo: «También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios”, es Salmo 91, 11-12.
Yo tengo una pelea con una feligresa de 89 años, que se cae a cada rato y se va sola a chequear sus matas al jardín, cuando su hija no la ve. Yo le digo que no lo haga y ella me responde: “No se apure, que Dios me cuida”. Ahí le digo que está tentando a Dios, que Dios no quiere que seamos temerarios, sino que seamos prudentes, que nos cuidemos y que hagamos las cosas bien. Me viene el cuento de la persona que estaba en su casa que se estaba inundando. Vino la Guardia Nacional, unas personas en bote y un helicóptero. Con el cuento de que Dios la iba a salvar, se ahoga, sube al cielo y, cuando le cuestiona a Dios el por qué no lo salvó, Dios le contesta: “Te mandé la Guardia Nacional, te mandé un bote, te mandé un helicóptero y tú no le hiciste caso”. La temeridad, el ponerse en situaciones peligrosas sin razón, con la excusa de que Dios auxilia a uno, no es fe sino el pecado de tentar a Dios, una forma de soberbia.
Esto sale muy a cuento con la situación que estamos viviendo en estos días. A ninguno de nosotros nos gusta esta situación. A nosotros los sacerdotes nos duele porque nuestra mayor alegría es la de celebrar la Santa Misa con ustedes y nos veremos este domingo celebrando misa sin nadie en los bancos. Es fuerte, pero hay que considerar que aquí en la Isla hubo dos focos fuertes de infección: el caso del médico panameño que estuvo en el Festival de la Salsa y luego bailando en el Sheraton. Luego tenemos el caso de los pasajeros del Costa Luminosa, que bajaron todos en el Viejo San Juan, habiendo el caso de una italiana y su esposo infectados por el virus. No sabemos quiénes han quedado contagiados por el COVID-19 y es por eso que la orden de la Gobernadora responde a la preocupación de cuántos puertorriqueños han quedado infectados y que la epidemia se propague en la Isla. El gran peligro es que las personas jóvenes y fuertes, que son mayoritariamente las personas que participan en estos eventos, se lo pasen a los ancianos que pueden ser sus padres y abuelos. También tenemos que considerar otros grupos de personas, como los asmáticos, los enfermos de cáncer y otras personas vulnerables.
Sí, Dios nos va a ayudar, eso es muy cierto. Pero lo primero que Dios quiere de nosotros, además de orar y ponernos en sus manos, es que seamos prudentes, responsables y que no tentemos a Dios. En cuanto a que Cristo se tiró para que su Padre lo cogiera, sí lo hizo, lo hizo al final, cuando, desde la Cruz dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”, y se tiró al abismo de la muerte. Y su Padre lo cogió, al resucitar Jesús de entre los muertos. Pero ya esto fue, una causa justificada.
Por Padre Rafael Méndez Hernández
Para El Visitante