Hoy la Iglesia comienza un nuevo año litúrgico. Adviento, es el tiempo litúrgico con el cual iniciamos cada año. Al tiempo de Adviento lo caracterizan dos actitudes fundamentales: la esperanza ante la preparación de la venida del Señor y la celebración de su primera venida, su nacimiento en Belén.
Hoy estaré reflexionando sobre la esperanza cristiana. Decía San Agustín: “Si Cristo vino para que el hombre (la persona) se humillara y a partir de esa humildad creciera, convenía que cesara ya la gloria del hombre y se encareciese la de Dios, de modo que la esperanza del hombre (del ser humano) radicase en la gloria de Dios y no en la suya propia… Confiese, pues, el hombre (ser humano) su condición de hombre (humana); mengue primero para crecer después” (Sermón 380, 6).
No viviéramos tan desesperados, tan frustrados y tan decepcionados si ciframos nuestras esperanzas, nuestros anhelos y nuestro futuro en falsas glorias, en falsos dioses, o en sistemas económicos o políticos. Todo ello, al final, defrauda pues su destino no es la salvación del ser humano, ni su dignidad, ni su verdadera alegría ni el bien común, ni la esperanza verdadera.
Como pueblo vivimos uno de los momentos más desesperantes en nuestra historia. Sin embargo, la desesperación, el pesimismo y la indiferencia no deben determinar nuestro futuro ni deben ser la respuesta de un pueblo cristiano ante tiempos tan difíciles. El cristiano es persona de esperanza y la fe en Cristo está revestida de esperanza.
Al Puerto Rico de hoy es preciso recordarle las palabras de San Pablo: “esperando contra toda esperanza” (Rom 4, 16-25), como Abraham. No podemos ser un pueblo que viva sin esperanza y sin Dios en el mundo (Ef 2, 12).
Nuestra esperanza está en el amor providente de Dios. Dios que ama y nunca nos abandona a su suerte. Puerto Rico necesita abrirse totalmente a la esperanza, a la verdadera esperanza, aquella que no defrauda, la esperanza de la que nos habla San Pablo: “la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”, (Rom 1, 5).
Dios no solo crea, sino que ama la creación y la conserva. Dios nos creó boricuas, nos ama boricuas y nos conservará boricuas en la gran y diversa familia humana. Allí, en el amor de Dios, es que fundan nuestras esperanzas en un mejor y nuevo Puerto Rico. En Dios, esa esperanza nunca será defraudada.
Para ello, es necesario vivir plenamente en la esperanza, abrirnos a la esperanza, resurgir desde la esperanza. El Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza. Adviento es el tiempo propicio que nos propone la Iglesia para redescubrir la esperanza verdadera, duradera, que nos santifica. A aquellas personas que no tienen tiempo para Dios, Dios les regala un nuevo tiempo, el tiempo de Adviento, el tiempo de la esperanza.
Así que, queridos hermanos y hermanas, al iniciar hoy este tiempo de Adviento, los animo a volver nuestros corazones al Dios de la esperanza. Cada uno y cada una de nosotros en Puerto Rico necesitamos ponernos nuevamente en camino hacia Belén, donde nos espera la esperanza encarnada, la esperanza que nos sana, salva y sostiene.
Mons. Roberto O. González Nieves, OFM
Arzobispo Metropolitano de San Juan