La noche del pasado viernes, 22 de enero Mons. Félix Lázaro, Obispo de Ponce ordenó a Javier Vega como diácono para esa Diócesis, faltando una semana para que concluya su ministerio episcopal. Familiares, amigos y fieles llegaron hasta la parroquia Inmaculado Corazón de María en Patillas, para participar de esta celebración.
A continuación la homilía de Mons. Lázaro:
Grande es el motivo que nos convoca aquí esta noche en la querida parroquia de Patillas. Un seminarista, asiduo participante de la parroquia va a ser ordenado, va a recibir el primer grado del sacramento del Orden, el Diaconado, va a subir el primer peldaño, anticipo del segundo grado del Orden, el sacerdocio. Es el diaconado transitorio, paso obligado para llegar al sacerdocio.
Los Hechos de los Apóstoles en el capítulo sexto narran cómo habiendo aumentado el número de los discípulos o primeros cristianos, los Apóstoles los reunieron en Asamblea y determinaron nombrar a siete, todos ellos hombres de buena fama y llenos de sabiduría, para que les ayudasen en la distribución de los bienes y en el servicio de los pobres.
Los Hechos traen los nombres de los primeros siete diáconos nombrados directamente por los apóstoles: Esteban, que luego se convirtió en el primer mártir o protomártir, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás.
La función del diácono, fortalecido con el don del Espíritu Santo, consiste principalmente en ayudar al Obispo y a su presbiterio en el anuncio de la Palabra, en el servicio al altar y en el servicio de la caridad.
Al diácono se le confía la proclamación de la Palabra, anunciar el evangelio. No sé si se han fijado, cuando no hay un diácono, es el sacerdote o el obispo el que lee el evangelio. Más si hay diácono, a él le corresponde la proclamación del mismo. Misión suya será o es, por lo tanto, anunciar el evangelio. Claro que eso implica predicarlo también con el ejemplo y el propio testimonio.
Como ministro del altar, el diácono prepara el sacrificio y reparte a los fieles el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por su ordenación, el diácono es ministro ordinario de la Eucaristía, en lo que a su distribución respecta.
Además, por encargo del Obispo, exhorta a los fieles y enseña la doctrina cristiana; preside las oraciones, administra el bautismo, asiste y bendice el matrimonio, lleva el viático a los moribundos y preside los ritos exequiales.
Para decirlo en otras palabras, a un diácono le corresponde hacer o realizar todo que hace un sacerdote, excepto tres cosas: celebrar la Eucaristía, el diácono no puede consagrar el cuerpo y la sangre de Cristo, sí puede distribuirlos; no puede administrar el sacramento de la penitencia, el diácono no tiene la facultad de perdonar los pecados, y tampoco puede administrar el sacramento de la unción de los enfermos.
Salvo estos tres sacramentos, el diácono puede hacer todo lo demás que hace el sacerdote: proclamar la palabra de Dios, bautizar, bendecir el matrimonio, repartir la comunión, y eso sí, ejercer el ministerio de la caridad en nombre del Obispo o del párroco. Con el auxilio de Dios debe trabajar de tal modo que todos puedan reconocer en el diácono a un verdadero discípulo de
Cristo, que no vino a ser servido sino a servir.
Querido Javier, he aquí las tres funciones que el Pontifical Romano señala como las principales que debe ejercer todo diácono: proclamación de la palabra de Dios, servicio del altar, y el ministerio de la caridad. Estoy seguro de tu buena disposición en lo que a la proclamación del evangelio y al servicio del altar se refiere.
Al acceder libremente al Diaconado, al igual que aquellos discípulos o primeros cristianos elegidos por los Apóstoles para el ministerio de la caridad, también tú debes ser testigo, lleno de sabiduría y de Espíritu Santo.
Irreprochable ante Dios y ante los hombres, como conviene a un ministro de Cristo y dispensador de los santos misterios que el Sacramento del Orden te hace partícipe, muestra en tus obras la palabra que proclamas.
Varias son las circunstancias que rodean tu ordenación diaconal. Una, que eres el último en recibir el diaconado de este tu hermano y amigo, padre y pastor, en vísperas de que mi sucesor tome las riendas de la Diócesis de Ponce, de lo que me siento muy complacido.
Otra circunstancia, digna de tenerse en cuenta, es la Parroquia del Inmaculado Corazón de María, Patillas, que se siente gozosa de que hayas querido ser ordenado Diácono en la parroquia que te vio crecer
Tampoco quiero pasar por alto que hoy, 22 de enero, celebramos la memoria de San Vicente Mártir, diácono de la Iglesia de Zaragoza, que, a comienzos del siglo IV, en Valencia, durante la persecución del emperador Diocleciano, derramó su sangre por el nombre de Cristo. “Hemos contemplado un gran espectáculo con los ojos de la fe, dirá San Agustín, entusiasmado: al mártir San Vicente, vencedor en todo. Venció en las palabras, venció en los tormentos, venció en la confesión y venció en la tribulación, venció, finalmente, al ser atormentado y venció al morir por la fe”. Todo un hijo de la Iglesia, al que Dios adornó con el don del martirio, los dones del Espíritu Santo, y un corazón lleno del amor de Dios.
Y una última circunstancia, digna de mención, es la celebración del Año del Jubileo de la Misericordia, con la apremiante invitación a contemplar el rostro de Jesús, imagen visible de la Misericordia del Padre y en el que aprender a ser misericordioso
Cómo me gustaría que hicieses de la misericordia el distintivo de tu diaconado y objeto de tu apostolado.
Que la oportunidad que se nos da de caminar junto con María por los misterios gozosos, dolorosos, gloriosos y de luz, de Jesús, se haga realidad en tu vida de diácono, y esperanza e ilusión en tu camino al sacerdocio.
Invito a todos los presentes a elevar una oración a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo por nuestro hermano Javier y a que juntos glorifiquemos al Señor, que ha sido grande con nosotros, y estamos alegres.
+ Félix Lázaro Martínez, Sch.P.
Patillas, 22 enero 2016