El panorama de la zona oriental y centro de Borinquen es muy similar al que dejo el paso del huracán María el pasado 20 de septiembre. Poco a poco los puertorriqueños hacen hasta lo indecible por recuperarse de la devastación en las costas, los valles, las zonas urbanas y las comunidades en las montañas. La Diócesis de Caguas y la Diócesis de Fajardo-Humacao fueron las primeras en recibir el vórtice del temporal.

Para describir la situación actual del este y centro de PR, El Visitante entrevistó a Mons. Eusebio Ramos Morales, Obispo de la Diócesis de Caguas y Administrador Apostólico de la Diócesis de Fajardo-Humacao, quién dejó claro cuál es la prioridad en los 24 pueblos de ambas diócesis: la gente. “Expresamos nuestro cariño y abrazo solidario a la gente en este momento de dolor para miles y miles de familias en la Diócesis de Caguas y en la Diócesis de Fajardo-Humacao. El ojo del huracán entró desde Maunabo hasta Ceiba y desde esa línea hacia la Diócesis de Caguas. La devastación es amplia en todos nuestros pueblos”.

El poder del huracán no solo hizo sentir su potencia en la naturaleza o propiedad pública y privada, sino también en las iglesias. Sobre esto comentó el prelado que la Catedral de Caguas perdió el techo y el viento rompió varios vitrales y hasta la puerta principal. De hecho, la zona de Caguas fue seriamente devastada, particularmente en su zona montañosa. Ahora cada vez que llueve, la iglesia madre en la ciudad criolla también recibe las lloviznas en su interior. El Obispo también hizo registro de daños en San Pedro Apóstol en Boneville (Caguas) que perdió el techo y entraron aguas contaminadas; en Sagrado Corazón de Beatriz (Caguas) que perdió una de las paredes principales; en San Antonio de Padua de Barranquitas que perdió la puerta principal, varios vitrales y ventanas; en San Miguel Arcángel de Narangito; en San José de Aibonito, en Inmaculada Concepción de Las Piedras y decenas de capillas en todas las parroquias de la Diócesis de Caguas.

Por otro lado, en la Diócesis de Fajardo-Humacao la situación es muy similar. “En la zona oriental, especialmente en Humacao como pueblo fue muy afectado. De Maunabo a Ceiba y todos los pueblos costeros sufrieron mucho”. También se registran daños en parroquias y capillas.

Aceptó Mons. Eusebio que la magnitud de la devastación producto del viento, las lluvias torrenciales, los deslaves de tierra y los ríos fuera de sus causes “superaron la preparación que tuvimos como País”. El colapso de servicios esenciales como el agua, la luz eléctrica, el combustible, la distribución de alimentos, la comunicación y hasta los servicios de salud fue signo de la magnitud del acontecimiento devastados que superó por mucho la capacidad de responder a esta emergencia. Esto porque “nadie estaba preparado para este tiempo posterior al huracán”. Por lo tanto, estimó el Obispo que la recuperación conllevará meses de dificultad y dolor.

“Hay un huracán físico que nos afectó, pero hay un huracán a nivel emocional que sigue teniendo repercusiones, es cómo nosotros afrontamos esta nueva realidad como pueblo. El llamado que hemos hecho los Obispos a nivel de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña (CEP) es: primero a la comunión, de solidaridad y de fraternidad en este momento. No es momento para quedarnos petrificados, es momento para actuar como cristianos y como Iglesia. Estamos haciendo un llamado a todas nuestras parroquias, a todos nuestros sacerdotes y todas nuestras estructuras pastorales a retomar los trabajos. La misión es sumamente importante y ahora toma carácter de urgencia. Es crucial que como Iglesia salgamos a la calle a acompañar a nuestra gente en el dolor y en este calvario”, articuló Mons. Eusebio con el entusiasmo que le carateriza.

Asimismo, hizo énfasis en un pueblo puertorriqueño generoso, bueno y noble que se crece y se desborda en espíritu caritativo ante la adversidad; este período de recuperación del País que apenas comienza no será la excepción. No obstante, lamentó las notas discordantes que se han registrado de forma aislada como episodios de vandalismo y hurto. Incluso, la nueva sede del obispado de Fajardo-Humacao “sufrió un acto de vandalismo en estas circunstancias a pesar de que la estructura  apenas sufrió daños por el huracán”. Esto posiblemente a causa la ausencia de presencia de efectivos de seguridad estatal para responder en esta clase de situaciones. Esto, claro está, por la ardua labor que realiza la policia en las calles, lidiando con el tránsito y semáforos averiados.

El Obispo recalcó en un llamado contundente al País entero, a la gente, el gobierno, las instituciones privadas y a la misma Iglesia a fortalecer esos lasos de unión y solidaridad en estos momento. “Esto no es una situación en la que se pueda responder en semanas o en meses, esto puede tardar 1 año en poder atender esta situación y lograr estabilidad en los servicios básicos del País. Por tanto, urgimos a los líderes al acompañamiento de nuestra gente. Y a toda nuestra gente le pedimos calma, paciencia y tolerancia”.

Más que un acontecimiento de devastación, Mons. Eusebio invitó a reflexionar en una nueva oportunidad de observar la potencialidad que pudiéramos tener para levantar a Puerto Rico con fuerza y vitalidad. El huracán María, según dijo, dejó ver las miserias de la estructura física que se desarrolló en Borinquen en las últimas décadas. Pero, sin duda alguna, parafraseando la Carta Pastoral de la CEP Derrumbados, pero no aniquilados articuló se debe redescubrir y reconstruir un nuevo corazón. Este será un momento para generar una nueva historia llena de esperanza.

“Nuestra Isla es preciosa. Ya la naturaleza comienza a reverdecer y nos invita a la esperanza. El Yunque de la Diócesis de Fajardo-Humacao está brotando su intenso verdor. Esto debe ser una señal para nuestra gente. Son momentos difíciles pero es momento para crecer. Tenemos que utilizarlos para mirarnos y analizarnos. Todo aquello que era superfluo, todas aquellas comodidades que fácilmente adquirimos vemos como han desaparecido. Este momento es para fortalecernos. Podemos rehacer como pueblo, con la fe y esperanza que nos caracterizan. Somos un pueblo capaz de superar esto en comunión, con solidaridad y llenos de fe y esperanza”, concluyó.

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