Nos acercamos al venerable tiempo cuaresmal, el cual comienza el Miércoles de Ceniza y concluye el Jueves Santo antes de la Misa “In Cœna Dómini” (Normas Universales para el Año Litúrgico -NUAL- #28).
El rito de la imposición de la ceniza nos remonta a los primeros siglos del cristianismo, en donde los que habían cometido pecados de particular gravedad hacían penitencia pública: al principio de la Cuaresma vestían un hábito de penitencia y se autoimponían ceniza en sus cabezas. El Jueves Santo eran absueltos de sus faltas en las puertas de la iglesia, antes de la Misa de la Cena del Señor. En el siglo IX, habiendo desaparecido los penitentes públicos, la Iglesia conservó la imposición de la ceniza para todos los cristianos, como expresión del deseo de conversión y del deseo de hacer penitencia.
Varios significados de la ceniza. Impuesta en el comienzo de la Cuaresma nos recuerda nuestra realidad mortal: Dios creó al hombre del polvo (Cf Gn 2,7) y volveremos al polvo después de nuestra muerte. “Recuerda que eres polvo, y al polvo volverás” (Gn 3, 19). Somos mortales y efímeros: algún día moriremos . La ceniza también significa deseo sincero de conversión. Bíblicamente expresa duelo, penitencia, conversión (1S 4, 12; Est 4, 1; Jos 7, 6, Jb 42, 6).
Con la imposición de la ceniza nos pueden decir (en ver del “acuérdate que eres polvo…”): “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), pues la ceniza también significa conversión. La ceniza también significa súplica, oración. Judit suplicó al Señor la liberación de su pueblo de las manos sanguinarias de Holofernes: lo hizo imponiéndose ceniza (Jdt 9, 1).
Conviene que todos recordemos el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual (DPPL 125). Por más que nos llenen de ceniza bendita, si no hacemos propósito firme y sincero de conversión, solo cenizas quedan…
El Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia #124 nos recuerda algunos puntos importantes para vivir bien la Cuaresma, muy oportunos tenerlos en cuenta el día en que comenzamos la misma. La Cuaresma nos dispone para la Pascua. Es tiempo de preparación para celebrar el Misterio Pascual del Cordero. La Cuaresma es tiempo para la escucha y la meditación de la Palabra de Dios: tiempo para ser más devotos de la Palabra de Dios, leyendo algún libro de la Biblia, meditar las lecturas del día. La ceniza no se puede quedar en la ceniza: hay que alimentarse de la Palabra (Cf Mt 4, 4).
La Cuaresma es también tiempo para recordar y renovar nuestro Bautismo. En la Cuaresma, los catecúmenos culminan su preparación para recibir los sacramentos de iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Nosotros, comunidad de bautizados, nos preparamos para renovar solemnemente las promesas bautismales. La Cuaresma es un tiempo para recordar nuestra identidad bautismal.
La Cuaresma es un tiempo de reconciliación con Dios y con los hermanos. Es un tiempo para pedir y dar perdón, para perdonar y ser perdonado. ¿Cómo podemos pedir perdón a Dios si no estamos dispuestos a entrar en el maravilloso proceso de perdón, que tanto agrada a Dios? Si no estamos dispuestos a entrar en ese proceso, no hagamos la fila para que se nos imponga la ceniza. Estaríamos siendo hipócritas, como nos dirá la lectura del Evangelio del Miércoles de Ceniza.
No podemos olvidar el inseparable tríptico de la oración, el ayuno y la misericordia. Ayuno y abstinencia de chismes, de “Facebook”, de novelas, de pecados… pero también de alimentos, como nos pide la Iglesia. Muchos no valoran la abstinencia de carne en pro de abstenerse de otras cosas. Es importante participar de la penitencia de la Iglesia y junto a la Iglesia, además de ayunar y abstenernos de esas otras cosas, que, en verdad, es a lo que nos debe conducir el ayuno y abstinencia de alimentos.
Que la imposición de la ceniza no sea un rito vacío que se quede ahí… que le demos la trascendencia que tiene viviendo una santa Cuaresma.
P. Miguel A. Trinidad Fonseca
Para El Visitante