Este Domingo de la Misericordia concluye la Serie Crónicas de la Misericordia, en la que se han presentado testimonios de diferentes personas que por diversos motivos han sido testigos de la misericordia de Dios en sus vidas. El caso de Karla Texeira Díaz, de 36 años de edad y residente de Ponce, no es la excepción.
Ella se describió como una mujer con un alto grado de tolerancia y paciencia ante situaciones que vivió años atrás. Justo cuando vivía la hermosa etapa del embarazo, en su cuarto mes, recibió un diagnóstico de cáncer de mama. “Sentí una mezcla de emociones, porque no podía asimilarlo. Las dudas y la incertidumbre atacaron mi paz interior y no sabía que hacer”, confesó.
Consultó con sus médicos y le recomendaron que siguiera con su embarazo. “Mi tratamiento empezó con quimioterapia, y los doctores me orientaron sobre mi salud. Tras dar a luz, seguí recibiendo quimioterapia y las dudas en mi corazón crecían, solo pedí salud para mi hija. Solo me importaba ella”, aseguró. Ante ese escenario, Karla comprendió que su rol de madre, estaba por encima de todo y que su hija era lo más importante para ella. “El futuro se ve diferente, porque sabes que otra persona depende de ti. Me realizaba estudios tridimensionales, para confirmar que mi bebé estaba bien, pidiéndole a Dios con mucha fe que así fuera”, expresó.
Muchas veces, la madre primeriza recibió comentarios de extraños que le decían que se deprimiría por los efectos secundarios del tratamiento, pero ella confirmó que nunca estuvo sola en su proceso y siempre contó el apoyo de sus padres y esposo. Su familia la recargaba con energía y aliento. Pero fueron las palabras de su mamá las que más fuerza le dieron. “Mi mamá me recordaba que mi hija iba a ser el gran milagro”, reconoció.
A su vez, dijo que tanto su familia como Dios estuvieron presentes en su vida y relató que vio cómo pacientes de diferentes tipos de cáncer no podían terminar sus tratamientos porque su cáncer se metastizaba a otros órganos. “Pasé por tratamientos muy fuertes y estuve de pie. Cuando nació mi hija y la tuve en mis brazos pensé que luego de haber corrido ese maratón de emociones, había recibido la medalla más grande, mi hija”, aseguró.
Por último, exhortó a aquellas mujeres que pasan por una situación similar a que “por lo acelerado de la vida, no compartimos con los demás, vivimos de forma individual. No valoramos ni desarrollamos la espiritualidad. Vivir así no nos permite estar sanas. Mi vida cambió, continúo con los exámenes de seguimiento, buena alimentación, viviendo en paz, armonía y balance. Las pruebas nos ayudan a tener la certeza y a no tener miedo”.
Dra. Maricelly Santiago
Para El Visitante