Como un tsunami que se tarda en llegar, después de un atroz terremoto, así llegó otra Carta Apostólica de nuestro querido Papa Francisco. El lunes, 9 de abril, salió a la luz la Gaudete et Exsultate, (Alégrense y Regocíjense), sobre el llamado a la santidad en el mundo actual. La analogía sobre el “tardar en llegar”, se refiere a que desde 1964, el documento Lumen Gentium, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II, dedicó todo el capítulo V, al llamado universal a la santidad. El título que el Santo Padre escogió es una cita directa del Evangelio de San Mateo (5, 12), en las muy conocidas Bienaventuranzas. El documento consiste de 5 capítulos y 42 páginas.
Se exponen aquí, solo unos fragmentos que sirvan de incentivo para acudir a la lectura completa de la Carta. A modo introductorio, el mismo Papa nos advierte, “No es de esperar aquí un tratado sobre la santidad… Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual…” (2).
Y de ahí, el título de esta reflexión: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo… Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros…” (7).
Ser santo para Francisco, es… “vivir la propia entrega de tal manera que los esfuerzos tengan un sentido evangélico y nos identifiquen más y más con Jesucristo” (28).
Mirando desde cerca la pastoral que se ha desarrollado en la Iglesia actual, vemos una gran variedad de ministerios laicales y una incontable cantidad de movimientos parroquiales. Todos, por supuesto, como expresiones del llamado del Espíritu, en un compromiso generoso en la búsqueda de santidad. El desafío continuo, sin embargo, es de cómo mantener estos grupos laicales, respondiendo a las necesidades sentidas en la comunidad parroquial. No han sido pocas las situaciones que la experiencia en la dinámica interna de los movimientos, se han tornado hostiles y contrarias a los ideales evangélicos. A esta situación difícil, es que el Papa se dirige cuando señala: “Muchas veces, en contra del impulso del Espíritu, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. Esto ocurre cuando algunos grupos cristianos dan excesiva importancia al cumplimiento de determinadas normas propias, costumbres o estilos. De esa manera, se suele reducir y encorsetar el Evangelio, quitándole su sencillez cautivante y su sal. Es quizás una forma sutil de pelagianismo, porque parece someter la vida de la gracia a unas estructuras humanas. Esto afecta a grupos, movimientos y comunidades, y es lo que explica por qué tantas veces comienzan con una intensa vida en el Espíritu, pero luego terminan fosilizados… o corruptos” (58).
Existen tensiones dolorosas en esta Iglesia de hoy. Se postulan movimientos y casusas nobles en defensa de situaciones humanas injustas y antievangélicas. ¿Quién se atreve negar, por ejemplo, la urgencia de erradicar la matanza de los no-nacidos? La campaña contra el aborto es distintiva de una Iglesia comprometida en defensa de la vida. Penosa sin embargo, es la actitud de esos mismos que apasionados por las inocentes víctimas del aborto, se mantienen indiferentes ante la tragedia inhumana de la persecución contra los migrantes. Al Papa Francisco no se le escapa esta contradicción cuando nos dice: “La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo…” (101).
Luego prosigue: “Suele escucharse que, frente al relativismo y a los límites del mundo actual, sería un asunto menor la situación de los migrantes, por ejemplo. Algunos católicos afirman que es un tema secundario al lado de los temas «serios» de la bioética. Que diga algo así un político preocupado por sus éxitos se puede comprender; pero no un cristiano, a quien solo le cabe la actitud de ponerse en los zapatos de ese hermano que arriesga su vida para dar un futuro a sus hijos…” (102).
Lo mencionado, tiene el propósito de mostrar la mentalidad de Francisco, respecto a temas y situaciones neurálgicas, que son muy de la Iglesia que conocemos. Santidad, la que tanto anhelamos y luchamos por alcanzar, no es “selectiva”. No se logra con fanatismos que momentáneamente enaltecen gestos heroicos aislados, pero no redimen la vida.
Finalmente: “En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer hacia la santidad. El Señor la ha llenado de dones con la Palabra, los Sacramentos, los santuarios, la vida de las comunidades, el testimonio de sus santos, y una múltiple belleza que procede del amor del Señor…” (15).
Domingo Rodríguez Zambrana, S.T.