Es sencillamente imposible, que las cosas salgan bien, siempre. Por más diligentes que podamos ser, aún con la mayor buena voluntad, nos vamos a topar, (cuando menos lo imaginemos), con circunstancias y personas, que harán nuestra labor, cuesta arriba. En otras instancias, pudiéramos ser nosotros mismos, quienes nos convirtamos en piedra de tropiezo para los demás. De lo primero, nos daremos cuenta de inmediato. De lo segundo, será mucho más difícil. Urgirá ser muy paciente con los desaciertos y debilidades de los demás y con los propios.
Esa misma tolerancia y capacidad de aguantar, tuvo que tenerla San Pablo, como nos narra Hechos 9, 26 y siguientes. Los propios cristianos desconfiaban de Él, aun cuando se había convertido a la fe cristiana. Era un tanto normal, pues hasta hacía poco tiempo, era el perseguidor número uno de ellos. Pablo tuvo que soportar los recelos para con Él y viceversa. Así, el nuevo apóstol, anunciaba al Señor Jesús valientemente y a la larga hubo paz. Se evidencia en los versículos 28 y 31. San Pablo hizo, lo que buenamente pudo. Nosotros, estamos llamados a hacer, lo que buenamente podamos, en las circunstancias en que nos encontremos, sean o no, adversas.
Aún con eso, lo más importante sería permanecer unidos estrechamente a Jesucristo, quien se autoproclama como la Vida y a nosotros nos identifica como sarmientos. Es decir, Él es la planta, el tronco, la raíz y nosotros los sarmientos, o sea, las ramas, lo que rebrota del tronco. El verso 4 del capítulo 15 de san Juan, es claro al decir que nosotros mismos, por cuenta propia, no podemos dar frutos sino, cuando permanecemos unidos a Él. Por eso, siempre ha de ser imperativo para nosotros, estrechar cada día más, nuestros lazos de amistad con el Buen Pastor Resucitado. En ese proceso de crecimiento, que no tiene límites habrá sinsabores y repetimos, provocados por nosotros mismos u otras personas o circunstancias. Si no fuera de esa forma, sería fácil ser cristiano. Nunca lo ha sido. La armonía y el conflicto, inevitablemente, coexisten. Necesario el manejarlos con madurez humana y caridad cristiana, haciendo lo que buenamente podamos. Es un reto irónico, como lo reconoció santa Madre Teresa de Calcuta al decir: “Das al mundo lo mejor que tienes y puede que jamás sea suficiente”. Esa dura realidad, debería animarnos más aún, a permanecer unidos al Señor, a la Vid, ya que, sin Él, poco o nada podemos hacer. Evoquemos al Salmo 21: “El Señor es mi alabanza, en la Gran Asamblea”.
P. Edgardo “Gary” López
Para El Visitante