(Carta Pastoral Discípulos Misioneros para la Diócesis de El Yunque, 27-28)
27. Aquí encontramos el mandato misionero y definitivo de Jesús a sus discípulos. Todos los que creemos en su nombre y le seguimos, no podemos dejar de escuchar este mandato y responderle con generosidad de vida. Se trata de “ir” (vayan), y “hacer” (hagan) discípulos. Se inicia una acción que no se puede detener y que tiene carácter de “totalidad”: a todos los pueblos, y por tanto, a todas las personas. Por eso, no podemos conformarnos con el mínimo esfuerzo y con pequeños gestos o algunas acciones. Se trata de vivir como discípulos misioneros, impulsando el Reino de Dios, que es vida y es amor incondicional. Se trata de bautizar en su nombre, con la fórmula trinitaria, para construir la comunidad de discípulos, que es la Iglesia, su Cuerpo en la historia, (cfr. 1Co. 12, 12s). Otro verbo clave en este mandato de Jesús es enseñar: “Enséñenles a cumplir todo lo que les he mandado”. Los discípulos de Jesús, por naturaleza propia, somos testigos, llamados a enseñar. Enseñar es hacer camino para que otros caminen y vivan la experiencia que ya nosotros hemos vivido. Enseñar es transmitir y motivar a una experiencia de vida que tiene significado y contenido personal. Por eso, no se puede enseñar lo que se vive. Esto es absolutamente necesario para que otros puedan entrar a la alianza de vida, nueva y eterna, que se realiza en Jesucristo. Es posible hacerlo, pues, Él permanece con sus discípulos: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Ese es el mandato que recibe la Iglesia del mismo Jesús, y a través de los siglos, y esta, lo ha vivido y difundido en la historia a través del tiempo.
28. Pedro y Pablo, así lo entendieron y se lanzaron a pregonar que, Jesucristo, Hijo de Dios, muerto y resucitado, es el Mesías enviado por Dios, su Padre, para dar vida al mundo. El libro de Hechos de los Apóstoles nos narra las palabras y acciones de Pedro y Pablo: los primeros dos grandes discípulos de Jesucristo que abrazan la cruz del seguimiento y del testimonio con radicalidad, hasta dar la vida por su Maestro. Por eso, ellos se convierten en las dos grandes columnas de la Iglesia, Cuerpo de Cristo e instrumento del Reino de Dios. Es Pedro el que toma la palabra, habla y actúa en el nombre de Jesús:
“Entonces Pedro, presentándose con los once, levantó la voz y les dijo: Judíos y todos los que viven en Jerusalén. Que les quede bien claro y presten atención a mis palabras […]. A Jesús Nazareno, hombre acreditado por Dios ante ustedes con milagros, prodigios y signos que Dios realizó por su medio entre ustedes mismos como saben, a este, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, ustedes lo mataron clavándolo en la cruz por mano de unos impíos; a este Dios lo resucitó librándolo de los lazos del Abismo…”, ( He 2, 14, 22–24).
Mientras Pablo, que tuvo un encuentro directo y personal con Cristo Resucitado, se convirtió en el Apóstol de los Gentiles, de los paganos, dio testimonio de Jesucristo, primero a los judíos. “Israelitas y cuántos temen a Dios, escuchen: El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo… Hermanos, hijos de la raza de Abrahán, y cuántos entre ustedes temen a Dios: a ustedes ha sido enviada esta palabra de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus jefes cumplieron, sin saberlo, las Escrituras de los profetas que se leen cada sábado; sin hallar en él ningún motivo de muerte pidieron a Pilato que lo hiciera morir. Y cuando hubieron cumplido todo lo que referente a él estaba escrito, lo bajaron del madero, y lo pusieron en el sepulcro. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos”, (He 13, 16-17, 26-30).
29. Jesús resucitó y ascendió al Cielo, pero, mandó a sus discípulos a ir Galilea, a las “galileas” del mundo, a predicar la Buena Nueva del Reino de Dios. Con María Magdalena, Pedro y Pablo, Santiago y Juan, Timoteo y Tito, Marcos y Lucas, y miles de discípulos de la primera era cristiana, se inició la acción misionera de la Iglesia. Desde entonces, no se detiene la proclamación del Evangelio. Ignacio de Antioquía, Justino, Cipriano, Orígenes, Tertuliano, Eusebio de Cesárea, Agustín, Tomás, Anselmo, Buenaventura, Francisco, Domingo, y otros tantos, han pregonado el nombre de Jesucristo y han ofrendado sus vidas por su causa. En nuestra tierra, también se han tenido testigos fieles que han marcado nuestra historia: el Maestro Rafael, el Beato Carlos Manuel Rodríguez, Madre Dominga de Guzmán, Madre María Sanjurjo, Mons. Eduardo Berríos y Mons. Antulio Parrilla, entre muchos. Se trata de hombres y mujeres de fe, sencillos y humildes servidores que han dado la vida sirviendo y amando en el nombre de Jesús. Es la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios, que camina en la historia. Cuantos nombres recientes podríamos mencionar en nuestra propia región oriental: doña Iluminada Sánchez (Yuya), Áurea Peña, el diácono Ángel Cruz, de Humacao; Viviano de Fajardo, Isabelita Rosado de Ceiba, “Puruca” de Río Grande. Se trata de hombres y mujeres que amaron y sirvieron a la Iglesia, dando sentido y contenido a su vida bautismal. Fueron sembradores de la fe, la esperanza y la caridad, para que surgiera la Diócesis Misionera de Fajardo-Humacao. Fueron discípulos, testigos y continuadores de la obra de Jesús.
Mons. Eusebio Ramos Morales
Administrador Apostólico Diócesis Fajardo-Humacao