Un inicio, ese es el primer llamado que nos hace este tiempo. Iniciamos un nuevo año litúrgico y comenzamos con ello una mirada exhaustiva al camino de Jesús en la historia, y en nuestras vidas. Esta propuesta es vital porque nos lleva hacia un retomar acciones de Dios que a veces olvidamos en el camino. Es también una revisión porque al iniciar tenemos que repasar lo que hemos realizado y cómo podemos transformar aquello de lo que no estamos tan convencidos de haber hecho bien.
Y nos preparamos porque se nos invita a contemplar el acontecimiento más importante de la historia: Dios que irrumpe en nuestra realidad haciéndose como uno de nosotros. Y eso hay que mirarlo con detenimiento y profundidad.

La Primera Lectura nos invita a acoger un llamado del profeta Jeremías. Él hace una convocatoria al pueblo de Israel para que retome el camino del Señor y se olvide de hacer pactos con otros pueblos porque el pueblo de Israel es el escogido por Dios y es Dios su rey. Ante una falta de respuesta de los dirigentes del pueblo, el profeta anuncia que vendrá un orden nuevo, un líder nuevo, a quien llama «Señor nuestra justicia». Ese descendiente de David, el rey por antonomasia, llegará y así “se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos”.

El Salmo 24 inicia con un llamado, una súplica para que el Señor venga en su ayuda y pueda continuar su vida siendo fiel a las enseñanzas ofrecidas por Dios. Pero a la vez, en esa misma súplica, el salmista reconoce la grandeza de Dios: “El Señor es bueno y recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes”. Una vez más la misericordia de Dios se hace patente para el creyente.

La Segunda Lectura nos presentan dos exhortaciones: “Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo”; y, “os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante”. Con estos llamados el apóstol invita a continuar la labor sembrada en medio de ellos mediante el evangelio anunciado a la comunidad. Para nosotros es un comunicado claro para que no perdamos de perspectiva cómo hemos de vivir los que nos llamamos cristianos. Asumirlo con radicalidad al iniciar este tiempo sería una respuesta que redundaría en un mejor país.

El Evangelio nos invita, al iniciar este tiempo, a darnos cuenta que no hemos de poner nuestro corazón en cosas efímeras. El orden, tal y como lo conocemos, se transforma, no tan solo en un momento de cataclismo, sino en el camino de cada día. No debemos dejarnos conducir por los ritmos y lo que este mundo ofrece a cada momento. Tenemos que preguntarnos: ¿estoy haciendo lo que hay que hacer? ¿Estoy asumiendo con responsabilidad mi ser cristiano o, por el contrario, con mis actitudes aporto a un orden de violencia? El llamado de Jesús es claro: “Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre”.

Esta actitud de alerta debe ser una constante en nuestras vidas. Pero ojo, no es un estado de miedos y nervios porque se acerca el final. No, lejos de eso. Es una actitud de estar alerta a lo que somos, a los que estamos llamados a vivir. Estar alerta para que el entorno no nos desvíe del camino al que el Señor nos convoca y así vivir procurando un orden de buenas relaciones y de respeto de los unos por los otros.

En este hermoso tiempo en que nos disponemos a compartir y celebrar de una manera particular, con fiestas y parrandas, prestemos atención a ese llamado de ir sembrando la amistad, el respeto y la comprensión. En fin, que sepamos asumir el proyecto del amor como uno vital para responder al que es el amor por antonomasia: Dios.

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