Ya estamos casi llegando al final del año litúrgico, – que consiste en un recorrido por la vida de Jesús donde se nos manifiesta su gran amor por nosotros- , y tal y como hacemos en el año civil, hacemos una mirada hacia lo que hemos caminado, lo que hemos progresado o sencillamente nos damos cuenta que no hemos crecido lo que hubiésemos querido. Por eso hoy la liturgia nos lleva a mirar las conclusiones, los momentos definitivos en nuestra vida y que nos reafirma una vez más cuanto amor hay de parte de Dios para todos.

Él no nos abandona, nos sigue acompañando, pero sobre todo nos sigue exhortando a mantenernos firmes en su amor. Esto hará posible que podamos alcanzar, lo que ha de ser nuestra meta plena: una comunión profunda con su amor, y esto, para siempre.

La Primera Lectura nos explica, desde la literatura apocalíptica –“es la expresión con que se designa en el judaísmo tardío y en el cristianismo naciente (150 a. C. – 100 d. C) a un tipo de literatura importante y original; la misma contiene dos elementos: •La creencia en la vida ultraterrena, bien a través de la resurrección o de la inmortalidad del alma y •El convencimiento de que el mal tiene su origen en una esfera superior al hombre- la liberación definitiva de todos los elementos de limitación del hombre y su encuentro definitivo con Dios. Allí veremos la plenitud que alcanzarán  los que han respondido a Dios.

En el Salmo 15 contemplamos cómo el salmista, tomando la figura del Mesías, ora al Señor y expresa su firme confianza de que le librará del poder de la muerte y le hará conocer los caminos de la vida eterna. Este se acoge a la protección divina como única fuente de felicidad. Por eso lo proclama como Señor único, ya que sólo en Él encuentra su dicha. Llevado de esta su vinculación a Dios, solo le interesan los que están en buenas relaciones con Él, como los santos; en estos tiene su complacencia, y son según él considera, los verdaderos príncipes y señores de la tierra.

En la Segunda Lectura vemos colmado el pensamiento que sobre Jesús, como Eterno Sacerdote, se nos fue develando durante estas semanas. En Jesús se da la definitiva y plena acción para que llegue a nosotros la salvación. Las acciones litúrgicas de los antiguos sacerdotes tenían que ser repetidas año tras año: “Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; y está sentado a la derecha de Dios”. Su entrega definitiva es la que nos proporciona vida para siempre.

El Evangelio, acorde con el final del año litúrgico, nos conduce, mediante la voz de Jesús, a contemplar la definitiva convocatoria hecha por Dios a todos los que peregrinamos en la tierra. Él nos recuerda mirar atentamente; a estar en observación de manera que respondamos con fidelidad en cada momento. Nos ofrece un ejemplo propio de los elementos de la tierra: “Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca”. Somos observantes de estos ciclos, del mismo modo hemos de observar lo que es nuestro gran proyecto: la vida misma. A ella hemos de conducir al cielo, sin miedo. Estas “advertencias” no son para provocar miedo en el corazón sino para recordarnos adonde hemos de dirigir  nuestro esfuerzo. Nos dice que nuestra meta última no termina con esta vida; que el amor de Dios es infinito por tanto tenemos que añadir a nuestro entendimiento algo importante: el concepto “para siempre”.

Al finalizar este año, como cada año, hemos de realizar, una revisión de vida, que es- “una mirada contemplativa a la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas, y, al mismo tiempo, es el medio de una conversión permanente que debe alcanzar también a lo mejor de cada uno, para estar siempre disponibles a las llamadas del Señor, precisamente allí donde no se esperaban, donde no le habíamos visto u oído hasta ahora, la Revisión de Vida nos ayuda a descubrir al Señor siempre más grande, siempre distinto e, incluso, desconcertante para nosotros. René VOILLAUME. Adelante pues con este proyecto.

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