Cargada de mucha ternura está la expresión de la oración colecta de este quinto domingo de Pascua cuando se le pide al Señor que nos mire siempre con amor de Padre. En la mirada se descubre la transparencia del corazón, la candidez del niño, la viveza del enamorado, la ternura entrañable de una madre y, por supuesto, el amor de un padre.
La primera lectura (Hch 9, 26-31), por el contrario, nos coloca ante la mirada recelosa y dubitativa de los discípulos en Jerusalén a quien el recién converso Pablo trata de acercárseles. Nada impidió que Pablo se pusiese a predicar el nombre de Jesús. Comenzó a vivir para Él contando su justicia y todo lo que hizo el Señor como hermosamente señala el salmo (Sal 21) de esta celebración. Fue más fuerte e implicaba mayor responsabilidad la mirada del Padre, que la mirada de sus hermanos. No sin razón alguna el apóstol Juan en la segunda lectura (1 Jn 3, 18-24) invita a todos los seguidores de Jesús a amar no de palabra y con la boca sino con verdad y con hechos. No le fue fácil a Pablo transformar en confianza la mirada temerosa de los discípulos; tampoco Juan dice que sea fácil creer, concretar las obras del amor, guardar sus mandamientos y permanecer en Dios. En Juan son cuatro acciones las que bien podrían sintetizar el mensaje de estos versos: creer, amar, guardar y permanecer. En Pablo: contar, predicar, hablar y discutir.
Si en la segunda lectura el apóstol habla de hechos y de verdades en la alegoría evangélica habla de frutos (Jn 15, 1-8). Frutos asegurados únicamente para el sarmiento que permanece unido a la vid. Jesús se presenta como la vid, dice a los discípulos que ellos son los sarmientos y que su Padre es el labrador. Señala categórica y radicalmente que sin Él nada pueden hacer; sin Él ningún fruto se puede dar. Jesús menciona los frutos y frutos abundantes para gloria del Padre, aunque pareciera que son un elemento no adjudicado. Sin embargo, así como no se entiende que un sarmiento separado de la vid pueda dar fruto, tampoco es comprensible que uno que permanezca quede infructuoso. En este sentido los frutos son adjudicados a los sarmientos, es decir a los mismos discípulos. Compromete grandemente, no hay sarmiento que permanezca unido a la vid que no dé frutos; no hay discípulo unido a Cristo que no los dé.
Por nuestra parte, los que queremos permanecer unidos a Cristo necesitamos la mirada con amor de Padre para dar frutos de paz en nuestra Iglesia; para que, como señala la primera lectura, ella misma se vaya construyendo y progresando en la fidelidad. La mirada de amor del Padre nos permitirá salir de nuestro escepticismo con los caminos de conversión de nuestros hermanos y comenzar a tener miradas transparentes para las buenas acciones de los demás. La mirada de amor del Padre transformará nuestras palabras en verdades y en obras como nos sugiere el apóstol. La mirada de amor del Padre permitirá que guardando sus mandamientos permanezcamos en Él y nuestra mirada se torne entrañablemente inundada de pasiones nobles que transformarán nuestra vida y la de los demás. La mirada de amor del Padre nos hará superar las angustiosas y dolorosas podas y nuestra resignada mirada las entenderá como necesarias para dar frutos en abundancia. En la permanencia sostenida con la mirada y con el amor de Padre nuestros frutos están garantizados y el gozo triunfal de la resurrección de Cristo quedará manifestado.