Al visitar la Ciudad Púrpura Prohibida, sita en el corazón de Pekín, percibí algunas ironías sutiles. Noté que varios edificios, monumentos arquitectónicos, pabellones, jardines, salas y puertas llevan nombres poéticos.  Considero que el más poético de todos es el Pabellón para escanciar vino.  Allí el emperador Qianlong y sus compañeros realizaban juegos intelectuales al son de los vinos —literalmente simposios y componían poemas.  Le siguen, en orden de inspiración: los Pabellones de la gloria literaria, de las diez mil primaveras, de jade flotante, la Logia de la cultura espíritu, el Belvedere de la profundidad literaria, el Quiosco de nieve carmesí y el Edificio de ganancias de paisajes exuberantes.  Es como si sus antiguos habitantes hubiesen vivido en una morada celeste.  Veamos algunos ejemplos al respecto: los palacios son sede de la pacífica tranquilidad, la tranquilidad terrenal, la longevidad tranquila, la felicidad extendida, la gran benevolencia, la gracia celestial, la pureza acumulada…  El harén, epicentro de intrigas y promiscuidad, ocupaba el Palacio de la armonía eterna.  Las puertas ostentaban los títulos de la divina proeza, la armonía suprema, la gloria oriental.  Los salones respondían a los eufemismos de la paz imperial, la preservación, la armonía central, del cultivo mental y de la unión y paz.  Quien conozca a fondo la historia y la riqueza filosófica y religiosa de esta nación, podrá entender los ideales expresados en dichos nombres, pero también captará el hondo contraste entre lo anhelado y el ambiente violento, suicida y opresor que prevaleció en diversas épocas imperiales. 

 

Aníbal Colón Rosado 

Para El Visitante 

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